PERLAS DE HEMEROTECA
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Recordamos con este cuento a Gregorio García-Arista y Rivera (Tarazona, 9-V-1866 / Zaragoza, 22-I-1946), el "decano de los escritores aragoneses de su tiempo", según se le calificaba.
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Colaboró en diversas revistas y diarios (El Debate, Blanco y Negro, La Esfera, ABC, Heraldo de Aragón...) con cientos -más bien millares- de artículos, que posteriormente serían reunidos en colecciones de varios volúmenes.
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El que reproducimos pertenece a la colección "Fruta de Aragón", publicado en la revista Nuevo Mundo, en 1927, y está ilustrado con dibujos de Albareda Hermanos. García-Arista plasma con maestría el ambiente de las fiestas de San Antón de un pueblo aragonés, y deja entrever una de las causas de la desaparición de los gaiteros y dulzaineros en Aragón. Poco hicieron para evitarlo nuestras instituciones. Paradógicamente, si la juventud pudo tener mucha culpa en su desaparición, un grupo de jovenes entusiastas y amantes de las costumbres de su tierra impulsarían su recuperación. Ellos dieron vida a la Asociación "Gaiteros de Aragón " ("Gaiters d'Aragón" o "Gaiters d'Aragó").
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Actualmente las gaitas y dulzainas resuenan por todos los rincones de Aragón.
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I
Días atrás... (qué novela —cuanto más una historia tan verídica como la presente— no tiene su prólogo?),... días atrás, una comisión de la mozalla del pueblo de Rueda había salido con cierto pretexto y gran sigilo a... (¿cómo, lector, voy yo a faltar a un secreto que los interesados juramentáronse para guardar y yo también guardar prometí? Por mucha y grande que sea tu curiosidad, mayor es mi discreción. Y mucho digo si te digo que estuvieron en Lumpiaque).
II
¡La que se preparaba en honor de San Antón, para las fiestas de aquel año, en Rodela! ¡No iba a ser nada!... ¡San Antón bendito!...
«San Antón ya no es francés,
ni de Francia a España vino;
se va a hacer aragonés
San Antón con su... vecino».
Así cantaban los mozos (bando de...), orgullosos de su proyecto y esperanzados de que éste satisficiese tanto al bendito anacoreta como hiciese rabiar de envidia a los casados (bando de...) ¡Porque ni que decir tiene que en Rodela había bandos! Y a falta de otra clase, los había de «casados» y «solteros», con tantas rivalidades y aun enconos como si hubiesen sido de «fulanistas» y «menganistas», que es lo que, aunque se disfrazasen de políticos, traía a los pueblos a mal traer en el antiguo régimen.
Y como en aquel año tocaba al bando de los casados hacer las fiestas, el de los mozos venía con antelación «poniendo en solfa» el «programa» de los contrarios, al que acusaban de «rancio» y «roilosico» y «de más viejo que la tos».
III
Y así estaba planteada la cuestión cuando empezaron las fiestas.
Era la hora de vísperas —parece esto el principio de un pasaje evangélico, y es sólo un hecho sencillo y vulgar—, era esa hora, digo, cuando los dulzaineros (gaita y tamboril) entraban triunfalmente en el pueblo, precedidos y rodeados de todos los chicos y seguidos, desde luego, de todo el bando de los casados.
Los mozos, sin embargo, se retrajeron. ¡No querían ellos antiguallas!... «¡Gaita y tamboril! ¡Hum! ¡Ellos tenían preparado lo suyo, la novedad, lo...» (¡Qué lástima! ¡No saber ellos francés, o ser, al menos, galiparleros, para poder calificarlo de epatante; aunque sabían llamarlo «trayente», en español, y «morrocotudo», en aragonés. ¡Y del mal, el menos!).
—¿Qué hay de nuevo pa las fiestas?...
—¿Pa las fiestas qué hay de nuevo?...
—¡El gaitero y tamboril!
—¡El tamboril y gaitero!
Canturreando así recibió la burlona mozalla a los dulzaineros cuando «a tambor batiente y chuflaina tonante» —¡otra frasecita despectiva!— entraban en el lugar.
Digo, pues, que los gaiteros entraron a vísperas y quedáronse a «completas»... ¡Completa y musical tarde! ¡Cómo deleitaban a aquellas ingenuas gentes las sencillas notas de la dulzaina y los retumbantes redobles del tamboril!... ¡Oh! ¡La música es como los manjares: para estómagos sencillos, son gloria los yantares simples! ¡Sólo estómagos y nervios en desastre necesitan de Wagner o Strauss y del arte culinario! Y los mozos de aquel pueblo estaban ya en esta pendiente.
IV
Amaneció el día de San Antón con un frío de rechupete. ¿Mas quién dijo frío en día tan solemne?
Un buen rato antes de la misa mayor, los gaiteros —¡exigencias del Protocolo!— fueron a recoger, primero, al señor cura; después, al Ayuntamiento —éste con sendas y luengas capas—; seguidamente, al mayordomo, y fuego —¡oh, galantería!—, toda la comitiva, a las mayoralesas. ¡Y a la iglesia todos!
Y comenzó la misa mayor... ¿Quién ha visto nada más solemnemente sencillo ni más sencillamente solemne que aquel divino oficio amenizado con gaita y tamboril? ¡Dos veces divino! Pero en el momento de alzar a Dios, «los gaiteros se excedieren a sí mismos». Así lo reconocía todo el mundo..., menos los mozos, que no cesaban de repetir.
—¡Ya llegará la hora de las hogueras..., ¡y entonces veremos!
Y salió la procesión, la procesión larga y nutrida, a cuyo final, el glorioso San Antón aparecía casi oculto por la prolusión de cintas, y adornos, amén del silvestre romero y del humilde tomillo, por entre los cuales apenas si el lechoncico podía asomar su morro para respirar. Cerraban la procesión las autoridades y las tres mayoralesas —lindas muchachas—, que presidían por fuero de costumbre en dominguero traje del país.
Y al son de la gaita y al ritmo de! tamboril cantaba el coro (compuesto, naturalmente, de casados) un himno encabezado así:
«En un gran desierto San Antón estaba,
y su amigo Pablo le fue a visitar,
y encontró que estaba, que allí estaba orando,
¡orando a la madre de Dios del Pilar».
Y a modo de estribillo:
«Es María la blanca paloma
que por alta loma
la vieron volar,
y ¡por eso! los aragoneses
la llamamos Madre,
Madre Santa de Dios del Pilar!.. ». (1).
¡Todo esto, por supuesto, «endulzado» con notas de la dulzaina!
Y cuando la fiesta religiosa terminó, todo «el cogollo» la élite, en galiparla —del pueblo se trasladó a casa del mayordomo, quien les obsequió con retacía (aguardiente con jugo de frutas) y cañamones con miel. Aderezado todo ello con tocatas gaiteriles.
Dibujo de Albareda Hermanos
V
Y sonaron las once de la noche. ¡Loado sea Dios! Y con la hora empezaron las hogueras, las clásicas hogueras, ante cuyos resplandores la alegría de los mozos, reflejaba en sus rostros, tomaba tonos de exaltación. Y se les oía decir:V
—¡Ya estamos hasta la chola de gaitas y gaiteros! ¡Esto s'ha rematao! ¡Y s'ha rematao pa siempre jamás amén! Dend'esta noche n'habrá aquí más tócatas, ni más sones que los de la rondalla! ¡Y qué jotas nos vamos a echar! ¡Himos d'amanecer bailando!
Esto último se lo decían a las mozas, «poniéndoles cada diente de a palmo», ante la perspectiva de una noche de baile con rondalla. ¡Ellas, que nunca habían bailado más que al son de la gaita y tamhoril… cuando no «a ton seco»!
(Se nos olvidaba lo principal A las once menos cuarto —hora convenida— el bando entero de los mozos de Rodela había salido a las afueras del pueblo con objeto de recibir a los músicos contratados y llevarlos en triunfo a la Plaza Mayor. Por su parte, los gaiteros «comprometidos —al decir fie ellos— para otro pueblo» (que también festejaba a San Antón bendito), habíanse marchado al anochecer; pero no faltó quien pensara que ofendidos ante la preterición de que eran objeto).
Y cómo estaba la plaza!... ¡De mozas, no hay que decir que ninguna faltaba!... Algunas de ellas, para fortalecer las garras («hacer piernas» dijo un gabachista, corregido, a su vez, por otro, que a tal precaución llamóla entrenamiento), en perspectiva de toda una noche de baile, habían estado danzando a «ton seco», es decir, sin música, marcando únicamente el ritmo con pitos de dedos.
VI
Integraban la célebre rondalla contratada cinco instrumentos, o cinco individuos que los tocaban: una guitarra, un guitarro, un requinto, hierros y pandereta. Tenían fama —los tañedores, naturalmente— de escrupulosos y de llevar siempre bien afinados sus instrumentos. En esto fundaban su orgullo. Y, deseosos de no desmerecer a los ojos de los de Rodela, antes de salir para este pueblo pusiéronse a templarios bien, ya que sabían que en cuanto llegaran, sin darles tiempo para nada, les obligarían a tocar.
VII
Tras largo rato de espera, volvieron al pueblo y entraron en la plaza los mozos que habían salido a las afueras en busca de la rondalla.
—¡Otra! ¿Pues y los músicos?—les preguntaron.
—¡Hasta de ahura no han paicido! ¡Ellos paicerán si quieren!
—¡Pue que les haiga pasao algo po’l camino!
—¡Sea lo que Dios quiera!
A todo esto habíase paliado, con mucho, la media noche. La gente moza, que esperaba calentarse bailando, se acercaba a las hogueras a falta de baile...
Avanzaba la noche... Muchos, impacientes, íbanse retirando a sus casas...
Las hogueras se apagaban... El frío se recrudecía... La gente, cada vez más, iba desfilando... Al final, la plaza quedó casi desierta... ¡Sólo algunos mozos esperaban..., esperaban!...
¡Allá, en el horizonte, un punto de claridad iluminó el cielo!... ¡Cantó el gallo! ¡Amanecia!.,. Al son de las campanas—que parecían saludar al astro-rey—, en la puerta de la iglesia apareció el Rosario de la aurora…
La primera luz dejo ver a los de la rondalla que llegaban apretando aún las clavijas de guitarras y guitarros.
—¡A buena hora, mangas verdes!— exclamaron a coro los mozos de Rodela—. ¿Qué habís hecho hast'ahura?
—¡Toma! —respondieron tranquilamente los recién llegados—. ¡Himos estao templando!
¡Eran los músicos de Lumpiaque!
¡La ronda de los casados entonó una albada que tenía aire de triunfo!...
Y una voz cantó a ton seco:
«¡Tanto esperar, y hoy me sales
con que te lo estás pensando!...
¡Paices a los de Lumpiaque,
que amanecieron templando!»
(1) Así, con esta infantil ingenuidad, lo canta el pueblo, y de sus labios lo recogimos..., aunque no en Rueda precisamente.
Dr. G. GARCIA-ARISTA Y RIVERA
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