.PERLAS DE HEMEROTECA
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El escritor Francisco Gras y Elías, colaborador habitual de la Revista Ibero-Americana de Literatura y Arte, Álbum Salón, publicó en 1898 un relato en el que nos habla de algunas tradiciones de Gelsa y de Quinto: de los juegos típicos de Gelsa o de las fiestas de Quinto; también de la barca y de la ermita de Matamala. Podríamos pensar que se trata de un texto costumbrista; en parte lo es, pero lo que realmente escribe Francisco Gras es una historia de amor entre Mariano, un guapo mozo de Gelsa, y Petra, apodada la santera o sacristana por ser la hija del ermitaño de Nuestra Señora de Matamala de Quinto.
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."Hay en Aragón dos poblaciones rivales, que desde muy antiguo se miran frente a frente. La una se llama Gelsa, y está situada á la izquierda del Ebro, en un país fértil, rico, llano y abundante en árboles frutales, que fue colonia romana en otros días. La otra es Quinto, y está reclinada en la falda de una colina, en la derecha del mencionado río; población por la que aun suspiran los árabes, y perteneció a la muy antigua casa de Tores, una de las más respetadas en el reino de Aragón.
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Gelsa. Foto: C. García
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Estábamos en el caluroso y saludable mes de Julio, y las campanas de Quinto, repicaban desde la hora del alba, festejando á su patrona, a la viejecita Santa Ana, que tantos dones derrama sobre aquella localidad.
Estábamos en el caluroso y saludable mes de Julio, y las campanas de Quinto, repicaban desde la hora del alba, festejando á su patrona, a la viejecita Santa Ana, que tantos dones derrama sobre aquella localidad.
Alegre y variado era el programa de la fiesta. Por la mañana, procesión, por la tarde, toretes, y por la noche, saraos. Mariano, el guapo mozo de Gelsa, hizo verdaderas maravillas en la plaza. Parecía un diestro de profesión. Capeó y clavó banderillas a los toretes y cogió por las astas al más bravo, obligándole a ponerse en cuclillas, en medio de la admiración, bravos y palmadas de centenares de espectadores.
Sus paisanos, y otros que no lo eran, lo pasearon en triunfo por la plaza, que en sus ventanas y balcones ostentaba vistosas colgaduras, dejando sólo en descubierto, el busto de las mujeres más guapas, frescas y salerosas de Aragón.
Aquel héroe popular, aquel hijo del campo, alto, fornido, tostado por el sol, a quien nadie le aventajaba en jugar a los bolos, a la barra, a la pelota; pero que nunca se había tratado con toros, pues en Gelsa se labra la tierra con mulos por ser país llano; fue con otros amigos, al dar el toque de ánimas, a un baile de candil. Este tenía lugar, en el grandioso zaguán de la casa de un hacendado. Sus arañas, eran candiles y velones; las sillas, toscos bancos; la orquesta, rondeñas; los instrumentos, guitarras, bandurrias y triángulos; el refresco, agua con azucarillos; los coros, mozos del pueblo, que improvisaban coplas a su manera; y el programa, se reducía a una sola danza... la jota, gloria y orgullo del pueblo aragonés.
Al sentar el pie Mariano, en aquel improvisado salón, todas las miradas se fijaron en él, y las muchachas adoptaron una posición elegante. Querían parecer hermosas ante aquel bravo que desafiaba las iras del toro y lo manejaba a su capricho.
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.El dueño de la casa, le dio la bienvenida, le ofreció un jarro de tinto de Cariñena, que era un arrope, y le rogó que tomase parte en la danza.
Mariano aceptó la invitación. Paseó la mirada en derredor del zaguán, y sus ojos se fijaron en una muchacha morena, de ojazos negros y rasgados, de abundante y sedosas trenzas con moño de picaporte, adornada con un lazo, vestida con sencillez, sentada en el sitio menos visible de la sala, y la sacó á bailar.
— ¡La sacristana ha sido la preferida!... — exclamaban con mal disimulada envidia las muchachas.
— ¿Qué habrá visto en ella de particular? — se preguntaban por lo bajo las comadres.
— Fiaos de las santeras, — decían otras.
— Mirad como mata la araña la mosquita muerta, — decían las demás.
Y Petra, la sacristana, la santera, la mosquita muerta, la hija del ermitaño de Nuestra Señora de Montamala (Matamala), bailó la jota, y después otra, y otra, con el valeroso Mariano, que al terminar el baile con la noche, la acompañó hasta la ermita, conversando breves instantes delante del antiguo caserón. Después, se despidieron; ella subió a su casa, él bajó al río, ayudó al barquero a desatar la barca, que tirada por la sirga se puso en movimiento, en ella atravesó el Ebro, saltó a tierra... y envió una mirada ardiente, apasionada, a la solitaria ermita, que rodeada de ruinas de castillejos árabes y de tomillos y palmitos, recibía el primer beso del sol.
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Vieja ermita de Matamala de Quinto.
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Desde aquella fiesta, Mariano y Petra, se vieron todas las noches al pie de la ermita. El barquero, al ponerse el sol, retiraba la barca y se encerraba en su choza. Era imposible atravesar el río. Para el hombre enamorado, para el verdadero amor, y sobre todo para un corazón aragonés, ardiente y apasionado, no existen obstáculos.
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Cuando la noche había cerrado y la luna aun no había salido, Mariano, abandonaba el pueblo, subía las gracias del pilón en que está sujeta la sirga, y loco, temerario, desafiando el peligro, la muerte, se cogía de la flotante maroma y, sirviéndole de apoyo el vientre y ambas manos, recorría anheloso aquel largo precipicio que corría bajo sus pies. Al llegar a la orilla opuesta, saltaba a tierra, y sin cuidarse del cansancio, subía una tortuosa senda, atravesaba la carretera, miraba ansioso si brillaba la lámpara en la rejilla de la puerta de la ermita, — misteriosa señal que indicaba que el padre se había acostado, — y volaba en brazos de su amor.
Cuando la noche había cerrado y la luna aun no había salido, Mariano, abandonaba el pueblo, subía las gracias del pilón en que está sujeta la sirga, y loco, temerario, desafiando el peligro, la muerte, se cogía de la flotante maroma y, sirviéndole de apoyo el vientre y ambas manos, recorría anheloso aquel largo precipicio que corría bajo sus pies. Al llegar a la orilla opuesta, saltaba a tierra, y sin cuidarse del cansancio, subía una tortuosa senda, atravesaba la carretera, miraba ansioso si brillaba la lámpara en la rejilla de la puerta de la ermita, — misteriosa señal que indicaba que el padre se había acostado, — y volaba en brazos de su amor.
Los dos amantes, solos, sin testigos, sentados en el portón de la casiella, conversaban hasta la hora del alba, en que la alondra, esa ave que vuela cantando, les anunciaba que había llegado la hora de separarse, que la luz podía hacerles traición, —como algunos siglos antes lo había anunciado a Romeo y Julieta en el jardín de Verona,— y tenía lugar la despedida. Petra se retiraba sollozando, y Mariano no menos triste que su bella, bajaba al Ebro, subía a la sirga, despreciaba de nuevo la muerte... y rendido y fatigado, llegaba a su pueblo natal.
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Una alborada del mes de Marzo, fresca y serena, la alondra dejó oír de nuevo su canto y sopló una ráfaga de viento. Petra, se estremeció y echó los brazos al cuello de su amante.
— ¿Por qué me encadenas? — preguntó el mozo.
— ¡No te vayas! Ese viento...
— Fue una ráfaga, ya pasó.
Y dándole un beso, apartó sus brazos, bajó al Ebro, cogióse de la sirga, emprendió su arriesgado y temerario ejercicio, sopló de nuevo el viento sacudiendo con ira la maroma, y Mariano fue lanzado al aire, dio con su cuerpo en el Ebro, se escuchó un fuerte choque en el agua, un gemido en la orilla, después reinó la calma, las campanas de Gelsa y Quinto tocaron a misa primera, despertaron las aves, con ellas el barquero, la luz disipó la sombra... y vio con sorpresa el ermitaño a su hija desmayada al pie de una roca, y los pueblos ribereños, a un cadáver que arrastrado por el Ebro, buscaba como él, su tumba en los abismos del mar".
Francisco GRAS Y ELIAS
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