30/1/12

Manuel Blasco Laborda "el Chirón", de Urrea de Gaén, ha fallecido

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Manuel Blasco Laborda, de Urrea de Gaén, encabezando la carrera pedestre de Andorra, 1955. Foto: Archivo C. García

Ayer, 29 de enero, falleció a los 78 años de edad el atleta Manuel Blasco Laborda, nacido en Urrea de Gaén el 7 de diciembre de 1933. Fue un extraordinario corredor. En 1954, el primer año que practicaba atletismo federado, ya se proclamó Campeón de Aragón de Cross luciendo la camiseta del Real Zaragoza. Este título lo volvería a conquistar en 1957 con la camiseta del club Arenas S.D.

Los triunfos obtenidos por Blasco fueron numerosos, a pesar de su breve etapa deportiva. Venció en la primera prueba oficial de Atletismo en la que Blasco participó, el “Cross de Neófitos”, celebrado el 8 de noviembre de 1953. Otros triunfos los obtendría en la “Copa de San Valero”, en el “Trofeo Eduardo Baeza”, “Copa de Reyes”… En campeonatos nacionales, acabó decimosexto en 1956 (la selección aragonesa finalizó en cuarto lugar por equipos). En 1957 terminó en sexta posición en el “Cross Internacional de Guecho” (cuarto español) y este mismo año, que se había proclamado Campeón de Aragón de Cross, en el nacional finalizó en décima posición.

Como otros muchos jóvenes aragoneses se aficionó al atletismo participando en las tradicionales carreras pedestres que celebraban los pueblos de la comarca en las fiestas patronales.

Llegó al atletismo federado a los 18 años, después de participar en una carrera pedestre disputada en Belchite en la que dejó atrás a corredores de la categoría de Tomás Ostáriz y Mariano Martín, destacados atletas del Arenas, y a otros no menos conocidos como Francisco Binaburo y Jacinto De Castro, del Zaragoza C.D.

La práctica del atletismo en aquella época era verdaderamente sacrificada. Manuel Blasco se levantaba a las cinco para soltar el ganado y cuidarlo durante toda la mañana. Después de comer y tras una pequeña siesta, echaba mano a la azada para preparar los cultivos de la huerta o recabar el panizo hasta las nueve de la noche.

Sus entrenamientos los realizaba a partir de las diez de la noche en el campo de fútbol, compensando la fatiga con su entusiasmo y afición. Sin embargo, con tanto trabajo difícilmente podía alcanzar el nivel atlético del corredor pedestre que más admiraba en su época, Antonio Amorós.

Fue compañero de corredores de su generación como Pedro Sierra, Enrique Pamplona, José Romero, Luis Royo, Jesús Gracia, Mariano Martín, Francisco Guardia, Jesús Jarreta, Vicente Oróñez o Ángel Lana, entre otros.

Homenaje a Manuel Blasco en la carrera pedestre de Urrea de Gaén 2006. Foto: C. García
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29/1/12

Un domingo en Aragón

PERLAS DE HEMEROTECA
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Dibujo de Castelucho
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Bajo los epígrafes de "Costumbres Populares" y "Tipos y usos aragoneses", La Ilustración Española y Americana publicaba en 1880 el dibujo de Castelucho titulado "Un domingo en Aragón". Representa una de las costumbres típicas, el juego de cartas, probablemente el del "guiñote".

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28/1/12

Miguel Servet, ¿catalán o aragonés?

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 PERLAS DE HEMEROTECA

IV Centenario del nacimiento de Miguel Servet

Michael Servetus Hispanus de Aragonia
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¡Otro trasvase! Miguel Servet, ¿aragonés o catalán? No, por favor, no pregunten al Tribunal Constitucional. Tampoco lo vendieron las monjitas del Monasterio, aunque, probablemente, lo hubieran hecho con buen gusto si hubiera estado en sus manos.
Otros dicen que era navarro, e incluso hay quien lo considera portugués.
Por ahora respiramos tranquilos, actualmente no se duda de su origen aragonés, pero que nadie se confíe.
El argumento para dirimir su “nacionalidad” catalana por parte de Pompeyo Gener es de lo más razonable: “por haber nacido, según algunos en Villanueva de Sijena, que a la sazón pertenecía al obispado de Lérida”.
El texto que reproducimos fue publicado por el diario El Motín en 1911; es el preámbulo de un artículo titulado “Patria y apellidos de Servet” firmado por el catalán Segismundo Pey Ordeix (sacerdote, periodista y escritor anticlerical) y extraído de su libro Miguel Servet, el sabio víctima de la Universidad, el santo víctima de las iglesias. Su vida, su conciencia, su proceso, su vindicación, que acababa de ser publicado.
Por último, reproducimos una breve biografía de Pompeyo Gener, personaje calificado de bohemio, extraída de la Wikipedia: “Fue un periodista, ensayista, dramaturgo, bohemio de ideas progresistas y nacionalista catalán español, que residió largas temporadas en París. Muy activo políticamente, estuvo vinculado al republicanismo y concretamente al republicanismo federal durante la revolución de 1868, participando en el Primer Congreso Catalanista de Valentí Almirall de 1880”.

Escultura de Miguel Servet en Villanueva de Sigena. Foto: C. García

“Si Servet hubiese vivido en estos días en España, habría ordenado que en vez de gastar tiempo y trabajo en festejar su persona, nos dedicásemos con él a trabajar sus ideas al grito de ¡Abajo los tiranos! que se siente brotar de cada una de las páginas de sus libros.

Uno de los modos de derribar la tiranía es, con todo, la de ensalzar sus víctimas. El ensalzamiento de Servet es, pues, obra revolucionaria, tanto más revolucionaria cuanto que los «tiranos» no han tenido ni un sólo recuerdo para su nombre.

Los tiranos políticos no han tenido una palabra para reparación del crimen que mató a un cortesano de Carlos V.

Los tiranos religiosos no la han tenido para desagraviar al magnífico teólogo introductor de la escuela exegética.

Los tiranos académicos no la han tenido para protestar del ultraje hecho por los caciques de la Sorbona al descubridor de la circulación de la sangre.

En las academias españolas sobrevive el estudio Decano de la Facultad de Medicina de París que condenó a Servet.

En las catedrales siguen funcionando los inquisidores católicos y protestantes que le quemaron.

En los centros políticos siguen viviendo el déspota Calvino y el avaro Delfín que sólo se ocuparon de confiscarle sus riquezas.

Conste, pues, esto: la España monárquica sostiene la sentencia de Calvino y sigue haciéndola firme. Al pie del decreto de los médicos de Ginebra, debemos añadir las firmas del Consejo de ministros, academias oficiales, consejeros de Estado, diputados y senadores.

Que conste: la España eucarística del siglo XX sigue condenando a Servet, negándose a resucitar su infame fama.



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Casa natal de Miguel Servet en Villanueva de Sigena (foto: C. García)
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En el Ayuntamiento de Barcelona se ha suscitado la cuestión de si Servet era catalán o aragonés. Los concejales radicales lo reclaman como catalán, por haber nacido, según algunos en Villanueva de Sijena, que a la sazón pertenecía al obispado de Lérida; Pompeyo Gener ha sido el que ha sostenido el origen catalán de Servet.


Llamados a intervenir en este asunto, debemos decir a los clericales: ¿Ha sido el celo de la verdad histórica el que ha inspirado vuestros escrúpulos sobre el origen catalán de Servet, o antes bien habéis fingido este celo de la verdad para poder ofender a Servet negándole el honor de colocar su retrato en la galería de catalanes ilustres? ¿Habéis obrado como críticos o como hijos de Calvino y de Ory? En este caso, vuestra oposición a la glorificación de Servet es vuestra adhesión a la canallada de Calvino: sois continuadores de su obra; sois esbirros de la Inquisición, despreciables como ellos. Y al no atreveros a confesar francamente vuestra intención y carácter, sois cobardes como Calvino; y al adoptar la máscara de celadores de la verdad histórica para ultrajar a una víctima, os hacéis hipócritas, profanáis la verdad y hacéis de la crítica uso infame, que en vez de utilizarla para defensa de la justicia, la esgrimís para continuar la iniquidad. Vuestro propósito ha sido rechazar a Servet y negarle vuestro parentesco para poderle negar el pago de la deuda de reparación. No habéis combatido al forastero, sino al mártir que os acusa de verdugos.
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¿Qué era Servet?


A los peninsulares debiera bastarles saber positivamente que era español para sentirse obligados a glorificarle.


A los espíritus nobles les debe bastar el saber que fue un mártir, para pagarle el tributo de veneración.


Yo supongo que en Pompeyo Gener predomina este espíritu de justicia y de recto patriotismo en sus reclamaciones de la patria de Servet para Cataluña. Este celo debe aplaudirse. Si Cataluña reclamara a Servet como suyo, para ser la más obligada a honrarle, más que con la contingencia de haber nacido acá o acullá podrá ganar el título de patria de Servet, honrándole como si fuese realmente su Patria chica. Por las obras lo conoceremos. Si los catalanes se hacen los heraldos de la gloria de Servet, se ganarán el título y derecho de compatriotas suyos, por derecho de legítima conquista.


Pero este derecho de Cataluña, no exime a los aragoneses de su deber. Villanueva de Sijena es municipio de Aragón; los sijeneses se llaman aragoneses. Los de hoy son descendientes de aquellos del siglo XVI. Estos son sus compatriotas de sangre. Servet honró a Villanueva tomando como apellido su nombre. El llamóse «aragonés» y como tal fue tratado.


Estos hechos pueden servir de base a una emulación recta”.

27/1/12

El trasvase de objetos de arte de Huesca a Cataluña

Nada tiene que envidiar al del río Ebro
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PERLAS DE HEMEROTECA
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Pancarta reivindicativa del Frontal de Berbegal. Foto: C. García

El siguiente artículo, publicado el 14 de octubre de 1974 en el diario Pueblo, fue reproducido íntegro en la Nueva España de Huesca, del 24 de octubre de 1974, por el interés para los lectores del diario oscense.

Hay trasvases vitales —como el proyectado del Ebro— que ponen en guardia a las provincias: pero hay otros trasvases —los espirituales— que se vienen sucediendo desde tiempo inmemorial, las más de las veces amparados en el silencio, que, por lo que respecta a Huesca, supone un grave deterioro de su riqueza artística. Numerosas voces han contribuido a concienciar el tema que sólo la arbitrariedad y el egoísmo particular pueden pasarlo por alto. Consideramos que la divulgación es fundamental a todos los niveles. Por ello hemos enviado un cuestionario a don Jesús Conté Oliveros, hombre de larga dedicación educativa, con una brillante hoja de servicios, plurilingüista, autor de numerosos libros y, por encima de cualquier otra virtud, un enamorado y defensor de su provincia, Huesca. Las aportaciones que él nos ofrece en esta encuesta —muchas de ellas, inéditas; todas, profundas— han de ser valiosísimas, incluso para los especialistas en el tema. Nosotros, al leer sus contestaciones, hemos sentido una sensación de estupor, cuando no de indignación, ante los hechos cometidos en la provincia de Huesca. Pensamos que la misma sensación van a experimentar los lectores.

J. L. ARANGUREN EGOZKUE


APTITUDES MERCANTILES
—¿Puede hablarse de elevación, cuando no de comercialización, de tesoros artístico-religiosos en Huesca?

—Entre el período que pudiera denominarse de gestación, aún indefinida y borrosa, de una incipiente evasión y una auténtica comercialización han mediado algunos años.

Al principio, tal evasión se presentaba más o menos disfrazada con cándidos ropajes para cubrir las "apremiantes necesidades" existentes en determinadas parroquias, que para quedar satisfechas comportaban la venta de algunas "jocalías de poca monta", sin requerir de este modo, el oneroso concurso pecuniario de la feligresía.

Posteriormente, ciertos clérigos invocaron toda suerte de argumentos, "ex cornu altaris", al quedar demodado el pulpito, tendentes a crear una propicia mentalización en los ánimos de su dominical auditorio, evitando así que, llegado el momento de la desaparición los fieles quisieran rasgarse las vestiduras al comprobar la ausencia de aquéllos objetos artístico-religiosos con los que se hallaban familiarizados desde su más tierna infancia, es decir, desde aquellos lejanos tiempos en que, bajo la tutela de sus ya difuntas abuelas, acudían al templo para rezar rosarios, novenas y otras devociones pías.

Por último, a raíz del clamoroso triunfo de las teorías "maritainistas" y al amparo de las llamadas reformas posconciliares en su ulterior desarrollo e interpretación, hubo quienes se lanzaron a poner en práctica sus aptitudes mercantiles sin temor a que se pronunciara el subsiguiente blasphemavit por parte de ciertos sectores responsables de la feligresía. Ahora bien, como el plan trazado requería estrategia previa, se había elaborado con la debida antelación el estudiado "modus opeandi".

LARGA LISTA
—¿Cuáles son en su opinión los ejemplos más sangrantes?

—Como respuesta básica, invocaremos aquella sapiente frase del Apocalipsis: "Ex tribu Judá duocecim millia signati", es decir, son muchos, por desgracia, los que podrán aducirse: fruto de la irreflexión de una buena parte de esta joven clerecía: pero, en aras a la brevedad, nos limitaremos a destacar los que más recientemente han contribuido a exacerbar los ánimos todavía candentes de aquellos a quienes más directamente atañe la cuestión que nos ocupa:

En Torla, magnífica cruz procesional de plata dorada, de gran tamaño, arte de la primera mitad del siglo XVI. Fue recuperada después de la última guerra y, al decir del señor Del Arco, era con mucho la mejor de la provincia. ¿Sabe alguien su actual paradero?

En Ayerbe, precioso temo y capa pluvial de la ermita de la Virgen de Casbas que, al parecer, necesitaban una restauración. ¿Sabe alguien en qué taller?

En Loarre valiosísimo retablo perteneciente a la filial de Novalla. ¿Estará ahora en los Países Bajos? También ha desaparecido una bella cornucopia, legada por el teniente general Ena, a la casa parroquial, amén de candelabros, lámparas, etcétera. De todo esto, ya se hizo eco en su día nuestro querido amigo El Atisbador de la Sotonera, en diversos rotativos, con el consiguiente escándalo público.

A este propósito conviene señalar que hubo algún que otro improvisado defensor del responsable de tan audaces actos que alegan que el "vendedor" se vio obligado a ello para comprarse camisas. ¿Eran de carga? Si el retablo en cuestión era de un elevadísimo valor, ¿de qué precio fueron las camisas? Juzgue el lector.

La románica ermita del Treviño, en Adahuesca, ha perdido (¡¡pasmémonos!!) nada menos que su claustro. ¿No es esto sorprendente?

Recientemente, la verja de la Catedral de Huesca ha sido "cedida" al santuario de Torre Ciudad para que pueda ser admirada por los turistas extranjeros en tierras ribagorzanas, pues los oscenses tienen ya demasiados tesoros para deleitar su sensibilidad artística. Excusamos la ironía del último párrafo, pues sabemos que todos los oscenses han repudiado la "cesión" entes aludida. Bien podrían recordar con nostalgia aquel lúgubre poema de Luis Ram de Viu, que comienza: "Muchas veces, allá, junto a la verja..."

Gran penitencia se nos había de imponer, si tuviéramos aquí que relatar las desapariciones de libros, pergaminos, tallas románicas, etc., y decimos que sería grande, no por mortificación propia, sino por el tiempo que habríamos de dedicar a tan extenso menester.

EL GRAN PIONERO
—¿Qué casos se registran a raíz de los cambios en los límites diocesanos?

—El trasvase de objetos de arte de Huesca a Cataluña nada tiene que envidiar, por su importancia, al de nuestro rio Ebro. Veamos, pues, algunos ejemplos, que no por lamentables resultan menos ciertos. El gran pionero de estos trasvases fue el doctor Messeguer y Costa, quien, a finales del siglo XIX, "tuvo a bien", desde su solio episcopal ilerdense, el ordenar el trasplante de la portada románica de la parroquia de El Tormillo (provincia de Huesca) en la iglesia de San Martín, de Lérida, donde actualmente es admirada por propios y extraños. Menos mal que los señores Santiago Alcolea y Juan Díaz de Budallés afirman en cierta guía artística ilerdense: "La iglesia de San Martín presenta sencilla portada, que refleja el arte selecto de las grandes creaciones de la escuela de Lérida del siglo XIII".

Don Juan Antonio Foncillas, que publicó un magnífico trabajo al respecto el 10 de agosto del año en curso en cierto periódico, dice muy acertadamente, glosando este hecho, lo siguiente: "Aquí los investigadores han preferido incluir la portada de la iglesia oscense de El Tormillo, y acarreada a Lérida por orden del obispo Messeguer y Costa, "como arte selecto de las grandes creaciones de la escuela de Lérida". Sin comentarios, concluye finalmente.

Tampoco nosotros queremos añadir comentario alguno, señor Foncillas, pues sus palabras son lo suficientemente expresivas y elocuentes para que haya necesidad de ulteriores exégesis.

Harto lamentable resulta también el "traslado" del valiosísimo frontal de Berbegal al Museo Diocesano de Lérida. Una guía artística de esta ciudad comenta al respecto: "Es, sin duda alguna, la obra maestra de la pintura oscense sobre tabla del siglo XIII, dando nueva vida al viejo tema del Pantocrátor rodeado por el Ttramorfos y los doce apóstoles que aquí aparecen enmarcados con delicadas labores de talla. Las figuras se pintaron sobre fondo da oro tapizado de temas florales gofrados, aprovechando en ciertos sectores la transparencia de la preparación metálica; su canon humano es correcto y se completa con el dibujo ajustadísimo de las facciones e indumentaria y por la pureza de su bello colorido en que predomina el carmín. Está muy relacionado con la decoración de la sala capitular del monasterio de Sigena".

Bien conocen los comentaristas ilerdenses de arte todo lo relacionado con el monasterio de Sigena, pues no en vano conservan en su Museo Diocesano sarcófagos, retablos, cuadros, muebles, pinturas murales y otros objetos procedentes del antiguo cenobio sanjuanista, amén de la silla prioral, obra del maestro de Sos hacia 1325.

Azara y otras parroquias del arciprestazgo de Berbegal, que en enero de 1956 se incorporaron de "facto" a la diócesis de Huesca, notaron ciertas ausencias de objetos artísticos poco antes de que se efectuara su integración al obispado oscense.

También Barcelona ha cobrado buenas y abundantísimas piezas artísticas procedentes de todos los puntos geográficos de la provincia de Huesca. Sólo de frontales y retablos, sin añadir otras obras de arte podría hacerse un» larga lista de los que actualmente se "guardan" en el Museo de Barcelona. Veamos una simbólica relación, por desgracia real, de las piezas anteriormente mencionadas:

Et primo un frontal del siglo XIII, procedente de la ermita de Begatell, en Betesa (Benabarre), pintura al temple de huevo, sobre tabal, con fondo de yesería en relieve.

Item un frontal de San Martín, del siglo XIII, procedente de Chía (Boltaña), pintura de las mismas características que el anterior.

Item un frontal de San Juan Bautista, de 1300 "circa", procedente de Gésera (Jaca), pintura al temple, con corladura de plata.

Item un frontal de San Nicolás, del siglo XIV, procedente de Güell (Tamarite), pintura al temple de huevo sobre tabla.

Item un retablo de San Felipe y San Jaime, del siglo XIV, procedente de la Catedral de Huesca, pintura al temple sobre tabla; lleva los escudos de Aragón y del condado de Urgel.

Item un retablo de Santa Úrsula, de 1300 "circa", procedente de Casbas de Huesca, pintura al temple de huevo sobre tabla.

Item un retablo de San Vicente, de la primera mitad del siglo XIV, procedente de Estopiñán (Tamarite), pintura al temple de huevo sobre tabla.

Item un retablo de San Pedro mártir, de comienzos del siglo XIV, procedente de Sigena, pintura al temple sobre tabla.

Item un retablo de la Virgen, de mediados del siglo XIV, procedente también de Sigena, pintura al temple sobre tabla.

Item un retablo de Santo Domingo, de comienzos del siglo XIV, procedente de Tamarite de Litera, pintura al temple con corladura sobre plata.

Item: Et sic de multis...

Omitimos aquí las obras de arte que, procedentes de Huesca, se hallan "guardadas" in England, USA Catalán collections (prívate of cour se) and so on. (Perdonen los lectores, pero hablar de desapariciones artísticas y no decirlo en inglés sería grave pecado).

PROBLEMÁTICA LA RECUPERACIÓN
—¿Cabe una postura reivindicatoría, por parte de Huesca, respecto a la desaparición de tesoros artísticos?

—Es muy difícil, por no decir imposible, que Huesca pueda recuperar sus tesoros perdidos; ahora bien, lo que sí es factible, contando con un severo control por parte de los señores ordinarios de las tres diócesis oscenses, es el conservar los aún existentes. En cuanto a las iglesias sujetas a la mitra ilerdense, enclavadas en la provincia de Huesca, quizá dependa de una todavía hipotética prohibición por parte de la Santa Sede en el sentido de que se evite en lo sucesivo que las cosas pertenecientes a otra provincia sean llevadas a la capital diocesana, al tiempo que pudiera obligarse a las autoridades eclesiásticas de Lérida a devolver a Huesca lo que siempre ha sido suyo; pero esta última suposición más bien tiene apariencias de un sueño pueril que de una futura realidad.

—¿Puede hablarse de que la Iglesia ha tomado conciencia exacta del problema, o, por el contrario, directa o indirectamente, estamos predestinados a que continúe la evasión?

—Según ciertas informaciones aparecidas en la Prensa italiana, parece ser que Roma así piensa, particularmente después de ciertos casos acaecidos en las iglesias de la Ciudad Eterna; pero ignoramos si tal medida afectará ex aequo a la Urbs Roma y a la Urbs Osca.

Recordemos que en la época de Quinto Sertorio esta última pretendió a su modo, en el grado comparativo que le fue posible, equipararse a la capital del imperio, y tras la trágica muerte de aquél, poco tardó en doblegarse a la voluntad que desde las orillas del Tíber le fuera impuesta. ¿No podría ahora acaecer lo mismo en otro orden de cosas? Confiemos que no.
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26/1/12

Azara

PERLAS DE HEMEROTECA

Félix de Azara. Dibujo de Batlle

El escritor Francisco Grandmontagne publicó en la revista argentina Caras y Caretas (1929) un interesante artículo dedicado a Félix de Azara, que nos permite conocer mejor al naturalista, geógrafo, geodesta, ingeniero militar y marino de Barbuñales (Huesca). El artículo iba acompañado de un dibujo de Batlle.
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La admirable obra científica realizada durante veinte años por Azara en las regiones platenses constituye la principal fuente de información de los historiadores modernos para presentar el vasto cuadro geográfico del período colonial. Con razón el general Mitre la considera muy superior a la realizada por Humboldt en Méjico. Y el señor Groussac, tan exigente en lo informativo como preciso en sus juicios, tiénela por única en lo descriptivo, si bien opone a ella fundados reparos en lo histórico.

Don Félix de Azara —puede asegurarse sin temor de error— fue el hombre más culto que llegó a América durante la época de la dominación. Naturalista, geógrafo, geodesta, ingeniero militar y marino, su obra, verdaderamente extraordinaria, realizada con exiguos medios y tras de penalidades sin cuento, sigue siendo hoy mismo de obligada consulta. El área descripta, delineada y en buena parte recorrida abarca millares de kilómetros, caudalosos ríos, impenetrables bosques, vastísimas y solitarias planicies.

Era aragonés, de Barbuñales, villa de la provincia de Huesca, donde cursó el bachillerato, completando sus estudios superiores en Barcelona. Pertenecía a una distinguida y pudiente familia. Su hermano José Nicolás, marqués de Nibiano, fue un gran diplomático que tuvo lucidísima actuación en Roma y París durante la época napoleónica, tan profundamente trastornadora de la vida internacional de toda Europa. Agente general de España en la Ciudad Eterna, influyó de modo decisivo para que su íntimo amigo el cardenal Ganganelli fuera elegido Pontífice con el nombre de Clemente XIV, a quien luego asesoró eficazmente. Posteriormente, al invadir Napoleón el norte de Italia, Pío VI encargó al hábil diplomático aragonés la difícil misión de lograr que aquel genio de la guerra no ocupara Roma. Azara logró convencer al Emperador. Y cuando retornó a Roma fue objeto de grandes aclamaciones como su libertador. Se le incluyó entre los sesenta nobles romanos, acuñándose urna medalla en su honor con estas palabras: Josephus Nicolaus Azara eques Hispanus; y en el reverso: Praesidum et decus Romae, 1796. Apoderados más tarde los franceses de Roma y preso el Papa, su intervención sirvió para que fuese tratado con todos los miramientos debidos al jefe supremo de la Iglesia. La elección de Pío VII se debió igualmente a su influencia entre los cardenales. Fue, en suma, uno de los diplomáticos más sagaces y preponderantes de su época. Era un notable erudito, y escribió algunos libros en que se advierte su depurado gusto literario y ponderado juicio: "Obras de Garcilaso", "Obras de Meng", (atinada crítica de pintura), "Historia de la vida de Cicerón", "Obras de Horacio", "Obras de Virgilio", "Memoria sobre la pacificación general de Europa", "Introducción a la Historia natural y a la geografía física de España", "Semblanza de Carlos III " y otras monografías y opúsculos en que, juntamente con la investigación, siempre precisa, florece la belleza expresiva.

Sabido es que Félix de Azara fue a Sudamérica en 1781, comisionado para estudiar la cuestión de límites entre las posesiones españolas y portuguesas planteada por el tratado de San Ildefonso. Pero, gran explorador y hombre de ciencia, dio a su misión mayores vuelos haciendo un completo estudio topográfico de aquellas vastas regiones. Levantó un mapa casi perfecto del Chaco, que ha servido de base a los que se han trazado después. Y al propio tiempo describió aquella naturaleza, misteriosa entonces, o poco menos: el clima, los vientos, la disposición y calidad del terreno, los vegetales, el arbolado; la fauna, los insectos, ofidios arácnidos, pájaros. Clasificó más de cien cuadrúpedos y no menos de cuatrocientas aves. Hizo curiosas observaciones sobre multitud de tribus: guaraníes, charrúas, yaros, boanes, chanas, mimanes, pampas, orejones, tobas, mocobies, etc., señalando puntualmente la diversidad de sus costumbres, mitos y supersticiones. Realizó el trazado de las costas, remontó los ríos, estudiando el curso del Paraná, Uruguay, Paraguay, Pilcomayo, Bermejo y sus numerosos afluentes; reconoció las fronteras del Brasil e hizo oportunas indicaciones para organizar las defensas del Rio de la Plata. Y llevó a cabo su enorme obra sin más medios que unos modestos aparatos de geodesia y el limitado auxilio de algunos ayudantes españoles y un grupo de peones indios, cuya voluntad supo ganarse con su bondad y buen trato.

Los papeles de Azara —notas, croquis, planos, apuntes diversos— corrieron gran odisea. Depositados en el Cabildo de la Asunción, el gobernador de la colonia, don Gabriel Avilés del Fierro, decidió vestirse con las plumas del grajo; se apoderó de todos aquellos originales, enviándolos a España como obra propia, con lo cual aparecía ante el rey y sus ministros como un pozo de ciencia cuando sólo era un burócrata mediocre cuya moralidad en lo demás puede juzgarse por este rasgo. Muchos años después. Azara envió a su hermano, el marqués de Nibiano, a la sazón embajador español en París, una parte de sus estudios para que los diese a conocer entre los naturalistas franceses. A Moreau Saint-Mery le parecieron interesantísimos y los tradujo, lanzándolos a la circulación el editor Walkenaer. Según el señor Groussac (yo no conozco esta edición), estos estudios salieron notablemente mejorados por las notas agregadas de Cuvier y Sonnini. Pero parece —así lo veo en un erudito ensayo de Dionisio Pérez— que Mr. Moreau Saint-Mery se quedó con el producto de la edición, “si bien no quiso, como el gobernador y el virrey españoles, atribuirse la paternidad de la obra”.

Azara dejó los siguientes escritos: "Descripción e historia del Paraguay y Río de la Plata", su obra principal, publicada en 1847, o sea veintiséis años después de su muerte; "Viajes por la América Meridional" (traducido al francés por Moreau Saint - Mery); "Apuntamientos para la historia de los cuadrúpedos del Paraguay y Río de la Plata", "Apuntamientos para la historia de los pájaros", "Diario de navegación del Tibicuary", "Memoria rural del Río de la Plata", "Límites del Paraguay", "Reflexiones económico - políticas del reino de Aragón".

En el traspaleo o trasconejamiento de los escritos de Azara, el mapa del Chaco Boreal ha caído, tras de muchas vueltas, en el archivo del gran poeta Zorrilla de San Martin. Nunca pudo caer en mejores manos. Los estudios topográficos y las demarcaciones de Azara sirven hoy, en buena parte, de base a la Comisión de Washington para resolver el pleito de límites entre el Paraguay y Bolivia. Este pleito es "una cuestión de vida o muerte para bolivianos y paraguayos, pues, como se sabe, úrgeles la adquisición de tierra, no cabiendo ya unos y otros dentro de las líneas de sus fronteras, tal es de formidable la densidad de población.

El estilo de Azara es conciso, sobrio, cortado, claro, de gran economía verbal. En la parte científica procede con la mayor honradez, no atribuyéndose —cosa frecuente en aquella época y en las anteriores— exploraciones y planimetrías realizadas por otros. Así, al hablar de las primeras vertientes del Paraná hasta su Salto grande, y de las del Paraguay hasta el Jaura, dice que adopta el mapa de Custodio de Saa. Señala igualmente las colaboraciones del capitán de navío Diego Alvear, que hizo el mapa del Paraná hasta Candelaria, así como los trabajos relativos a su curso hasta Buenos Aires, que por su orden realizaron Boneo, Zizur, Pazos y Corbiño. No cree Azara en la perfección de la obra propia en cuanto se refiere a las grandes vías fluvias y sus múltiples afluentes. "...Hay muchos yerros —dice— que no podrán corregirse hasta que pasando bastantes siglos se extienda la población por todos ellos." Un poco lejano está aún ese día.

Cuando llegaba a las tolderías, su fino espíritu observador se dedicaba a estudiar las costumbres de las diversas tribus, habiéndonos legado las mejores descripciones sobre esta materia. Ateníase con preferencia, más que a las viejas crónicas que pudo hallar en los archivos de la Asunción, Corrientes y Buenos Aires, "a consultar la tradición de los ancianos". Y así sus noticias producen la impresión de realidad viviente. Siente un santo horror hacia toda exageración, y al referir algunos hechos que personalmente no ha observado, recogiéndolos de las versiones de otros exploradores, advierte prudentemente: "No pretendo que las reflexiones que de ellos deduzco se crean, no hallándose fundadas".

Sus juicios sobre los primitivos cronistas no pueden ser más atinados. La crónica de Uldérico Schmidels, escrita en alemán y traducida luego al latín, está llena de errores respecto a los nombres de personas, río y lugares. "También tiene —dice— el defecto inevitable en un soldado raso (Schmidels era un aventurero bávaro que formó parte de la expedición de don Pedro Mendoza) de abultar el número de enemigos y de muertos, en las batallas, y decir que los indios tenían fosos, estacadas y fortalezas, para aumentar -así su gloria al supeditarlos. Alguna vez, para dar variedad a su historia, añade que algunos indios tenían bigotes y que criaban aves y animales domésticos, faltando en esto a la verdad que usa en lo demás generalmente". Estas invenciones nos hacen suponer que las diatribas de Schmidels contra su jefe, Irala, carecen de fundamento o pecan de excesivamente exageradas. Poco crédito le merecen igualmente los escritos de Alvar Núñez Cabeza de Vaca, "que no se queda corto en su propia apología y que sabe aplicarse cosas buenas hechas después, estando él preso en Madrid. Tampoco es escaso en acriminar a sus contrarios, no perdonando medios ni invectivas y aun achacándoles la avaricia y otros vicios que eran suyos". Del arcediano Barco de Centenera y su "Argentina" no opina mejor. "Considero esta obra tan escasa de conocimientos locales y tan llena de tormentas y batallas, de circunstancias increíbles a los que conocen aquellos naturales, y de nombres y personajes inventados por él, que creo no se debe consultar cuando pueda evitarse. Pero su empeño mayor es desacreditar a los principales y a los naturales, siguiendo en esto el genio característico de todo aventurero y nuevo poblador como él lo era".

Más duro aún es con Ruiz Díaz de Guzmán, cuyo verdadero apellido era Riquelme. Sin duda lo cambió por no parecerle bastante sonoro. "Lo dicho basta —añade— para que no lo tengamos por escrupuloso y para que no nos cause novedad si vemos que en vez de verdades sólo cuenta novelas, como la leona que defendió a la mujer, la transmigración de los chiriguanas y el intercalar en sus relatos expediciones fingidas".

Idéntica crítica opone a la crónica del P. Lozano, que ignoraba la geografía del país. Rechaza su estilo caviloso y mordaz contra los primitivos exploradores. "Para Lozano —dice— no hubo sino dos hombres buenos, Alvar Núñez y el primer obispo, a quienes el Consejo condenó justamente por su mala conducta y porque realmente fueron los más ineptos. El P. Guevara juzgó a Lozano de algunas cavilaciones y maledicencias, añadiendo otras más insulsas; omite cosas substanciales y pone otras que no lo son".

Como los antiguos cronistas de toda América formaban parte, en calidad de soldados o frailes de las expediciones, cada uno de ellos escribe según las pasiones que en su espíritu levantaba el trato que les daban los jefes. Al producirse entre éstos aquellas disensiones y terribles trifulcas que convirtieran la conquista de los diversos territorios en un largo semillero de guerras civiles, los cronistas tomaban parte por uno n otro bando, llenando sus escritos de patrañuelas, invenciones y falsedades. Y de ahí lo difícil que es reconstruir una historia verdadera de aquellos remotos sucesos. El historiador moderno que se atenga a tales crónicas, sin depurarlas de la pasión que en ellas late, nunca podrá formular juicios muy seguros.

Verdadero sabio en su tiempo, espíritu además ponderado y ecuánime, la obra de Azara supera a cuanto se escribió en la época colonial. Al regresar a España encerróse en su pueblo natal, en Barbuñales, renunciando al virreinato de Nueva España que le ofreciera Carlos IV. Tampoco quiso aceptar recompensa alguna por los trabajos realizados. Retirado en su villa aragonesa, dedicóse el resto de su vida a cultivar sus tierras y aleccionar a sus paisanos en el progreso agrícola, repitiendo el bello ejemplo de Cincinato…
Francisco Grandmontagne
San Sebastián, julio de 1929
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24/1/12

El guitarro baturro

PERLAS DE HEMEROTECA
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Dibujo: Cutanda


A Pepín Banzo, “el Rey del guitarro”

La Ilustración Artística iniciaba el año 1902 con una serie de artículos dedicados a instrumentos musicales característicos de cada región española, bajo el epígrafe de “Aires Nacionales”. El correspondiente a Aragón lo escribía el escritor y político Alfonso Pérez Nieva, ilustrado por Cutanda.
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El pueblo de músculos de bronce, cabeza de piedra y corazón de fuego, no podía tener otro canto que la jota aragonesa que sale disparada de la boca baturra en tono sobreagudo y entre un rasgueo rápido del guitarrillo. La región es esa: el hombre tozudo y bravo, el terruño duro y pedregoso, el fruto substancioso y áspero, la copla altiva, el instrumento músico, el guitarrillo, una caja de madera con cuatro cuerdas de un diapasón tan alto, que predominan siempre y se oyen desde una legua. El guitarrillo, pequeño y menudo, manda en toda la rondalla; es el amo, el que grita. Las demás guitarras de la comparsa hacen el bajo, son sus esclavas; él, nervioso y vibrante, busca la voz, la sigue, la acaricia y la acompaña con un arpegio fuerte e imperioso en que se adivina que hay un puñetazo para el que se desmande.


Una raza entera, toda una tradición se hallan simbolizadas en la copla aragonesa y en el guitarrillo baturro. Los almogábares gozan de vida perdurable. Perdieron la honda, pero les queda la copla, que es la piedra, y el guitarrillo, que es la interjección. Aquella noble fiereza histórica es la matriz que ha concebido el canto sobrio, preciso, breve, contundente, sin nada que difumine la idea robusta y varonil, y el instrumento incisivo, sencillo, imperioso y chillón que marca un ritmo cortado y enérgico. Por eso la copla y el guitarrillo se han hecho para la calle, para la plaza, para el aire libre, para la extensión por donde rueda el viento sin trabas, aplastando los pámpanos de las viñas. Nada de suspiros, de misterios, de languideces, de la melancolía de su pariente la andaluza; la copla de arriba, redonda y sólida como un melocotón, y el guitarrillo que la acompaña, no lloran nunca; si esconden el dolor, se lo callan y lo devoran en una exclamación altiva y en un acorde brusco.


No quiere esto decir que la copla aragonesa y el guitarrillo baturro no sepan lo que es ternura. ¡Ya lo creo que sienten! ¡Y bien hondo! Sólo que en vez de reflejar el desmayo y la resignación, vierten la ira y la sátira en el cantar epigramático y en el golpe violento sobre las cuerdas. Es la rebeldía natal y aborigen contra todo lo que signifique imposición. ¡Y gracias a que la Virgen no quiso ser francesa!


Nadie duerme en el pueblo, fuera de las bestias, cansadas de trillar hasta que cayó sobre las eras el crepúsculo ardoroso de junio. En la plaza parece de día, un día amarillo-rojizo, y sobre las casas vuelan penachos de chispas. Es la gran hoguera tradicional, en torno de la que giran cogidos de las manos hombres y mujeres, una loca rueda de sombras.


De pronto desemboca por la calleja la bulliciosa rondalla; se oye guitarreo, sobresaliendo un rasguear agudo y vibrante; los mozos se detienen ante la ventana, y allá va la copla llena de mieles y oliendo á dehesa, entre una explosión de arpegios del guitarrillo; que festejada la chica, se larga con sus golpeteos y sus jotas a otra parte, a continuar su serenata de la noche de San Juan.


Seguramente no ha existido campamento español en que no suene alguna vez el guitarrillo baturro, «rasgueando» jota tras jota, en esas horas de calma de todas las guerras en que el soldado deja de pensar en el enemigo para pensar en su pueblo. Ha sonado entre la nieve de las cumbres navarras en las dos campañas carlistas; ha sonado en las vegas tetuánicas, en los ribazos melilleños, en los manglares cubanos, en los esteros filipinos, antes del toque de lista o después del de retreta, y casi siempre vibrando sobre sus acordes una voz varonil y fresca, la voz de los veinte años que canta una copla sostenida por un coro de palmadas.


Ese guitarrillo del soldado marcha a campaña con la tropa sobre la mochila de su dueño o en el carro del batallón. Su primera etapa la hace en el compartimiento, en plena trepidación del tren; después sale a relucir en los descansos de las jornadas. Lo que en la paz era un instrumento cualquiera, en la guerra, con la inminencia del peligro siempre en acecho, adquiere el valor de un ser querido, es algo que de lejos viene a hablarle al soldado de cuanto le es propio, de su hogar, de su aldea, de su novia, de los suyos. Y no sólo habla a su poseedor, sino a todos sus paisanos en el cuerpo en que sirven. El coro de palmas y oles lo constituyen ellos. Cuando forman el corro ante la tienda de lona, se sueña allí con la almenara de la cocina. Todos los desfallecimientos de la ausencia se desvanecen en torno al guitarrillo del zaragozano o del ribereño de la segunda o de la cuarta compañía. El guitarrillo da valor para esperar, da fe en la victoria, da la fuerza necesaria para resistir las penalidades del servicio y de la guerra. El soldado llega a venerarle como a la enseña de la patria, concluye por mirarle con el respeto que a la bandera, y si el chiquio se queda tendido para siempre en un encuentro, el guitarrillo pasa a poder de cualquier otro paisano. Y entonces, cuando vuelve a sonar por primera vez junto a la hoguera del campamento, es la única en que el guitarrillo varonil gime, vibrando sus cuerdas con acentos de Dies ira entre los «¡pobre Fulano!» de los camaradas.


Ha llegado el momento terrible de emigrar, de abandonar aquella casa de la que les echa la miseria, los pedriscos y las sequías que destruyeron un año y otro la humilde cosecha, las garras de la usura que se llevaron los dos «pares» con que se labraba el prado, completando la ruina. ¿Qué hacer? El hambre pega ya con los nudillos en la puerta. No es gente de la costa, no es gente que conozca el mar y se lance a través del charco. Pero es un baturro con la voluntad de la raza, y ahí está la carretera blanca indicándole el camino. ¡Se irán a la ciudad, a Madrid, al infierno, él, la mujer y el chico, a cantar a coro jotas y ¡a tocar el guitarrillo por esos mundos!


La noche ha cubierto con su densa sombra el terrible cuadro de destrucción, uniendo la calma de la oscuridad al reposo de la muerte. Ha sido uno de los días de tregua del sitio, uno de los raros días en que desde aquellas casas medio desmoronadas por el cañón enemigo, con sus ventanas sin hojas como bocas iracundas vomitando maldiciones, no ha salido el fuego espantoso de fusil obligando a emprender la retirada á los soberbios regimientos de granaderos franceses. La puerta del Carmen, desmochada a metrallazos, destaca a lo lejos su vaga silueta. La quietud es absoluta. Sólo repercuten los pasos de las patrullas resonando en la desierta calle, sepultada en tinieblas. Y en el silencio del hogar, poco después de dar las once la campana de la Seo, se oye la media voz de un centinela estoico que inicia una jota. Lo que no se oye es el guitarrillo. ¡El guitarrillo lo habrá roto el héroe probablemente en la cabeza de algún franchute!".
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Alfonso Pérez Nieva

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21/1/12

Altoaragoneses 2011

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¡¡¡ 6.060 GRACIAS !!!

16/1/12

Anselmo Salvador ha fallecido

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Anselmo Salvador portando la antorcha de la Olimpiada de México 1968

Hoy ha fallecido en Zaragoza, a la edad de 84 años, Anselmo Salvador Embid, uno de los atletas históricos aragoneses. Nació el 20 de mayo de 1927 en el zaragozano barrio de San José. A mediados de los años 40 comenzó a practicar atletismo. En 1946 ya se proclamó Campeón de Aragón de Cross en la categoría de Neófitos. Se especializó en pruebas de larga distancia; en 1948 debutó en los 30 kilómetros, clasificándose en segunda posición por detrás de José Bergua. Este puesto lo repetiría al año siguiente. En 1948 también finalizaría en cuarta posición en el XIV Campeonato de España de Maratón; su equipo, el Real Zaragoza, obtuvo la medalla de plata. Durante muchos años fue el alma y mantenedor de la Sección de Atletismo del Real Zaragoza, junto con Enrique Lope. Cuando Anselmo abandonó el atletismo prácticamente desapareció esta Sección. Fue coetáneo de muchos de los grandes atletas aragoneses: Pedro Sierra, Alberto Murillo, Paco Binaburo, Rodolfo Antón, Santiago y Mariano Martín, Rafael Bielsa, Luis Royo, Tomás García, Rafael Bielsa, Enrique Lope, José Bergua, Tomás Ostáriz, Jerónimo Monge, José Fontanillas, Manuel Blasco, Joaquín Mareca, Miguel Ángel Panivino y muchos más. Durante muchos años participó en las tradicionales carreras pedestres o “corridas de pollos” que se celebran durante las fiestas patronales, colaborando activamente para mantener viva una de las tradiciones deportivas más típicas de Aragón.

Paco Binaburo, Joaquín Mareca y Anselmo Salvador
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11/1/12

El Canal de Aragón

PERLAS DE HEMEROTECA



Palacio de Carlos V en el Canal antiguo de Aragón
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 El Semanario Pintoresco Español publicaba en 1844 un amplio artículo, firmado por V (icente) De la F (uente), dedicado al “Canal Imperial de Aragón”, ilustrado con las dos imágenes que aportamos. Vicente de la Fuente y Condón se merece que también le dediquemos algún artículo. Nació en Calatayud el 29 de enero de 1817 y falleció en Madrid el 25 de diciembre de 1889. Fue canonista, jurisconsulto e historiador. Escribió unos ochenta libros y numerosos artículos. El que reproducimos trata de la historia del Canal, de las dificultades y problemas surgidos durante su construcción, de su importancia para ahuyentar el hambre y crear riqueza, de la navegación y de los lugares que recorre.


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“Los ríos y canales son en la tierra lo que las arterias y las venas en los animales y en las plantas: la misión de ambos es llevar la vida y la actividad a los puntos por donde pasan, pues faltando ellos sobrevienen la paralización y la muerte. Pero no basta solamente que un país abunde en aguas para que estas sean beneficiosas, sino que es necesario que la mano del hombre venida a torcer su curso, señalarle cauces nuevos, y estrechar sus márgenes, a la manera que no bastan las buenas cualidades en el hombre si la educación no viene a pulimentarlas. Los grandes ríos con sus corrientes impetuosas y sus álveos profundos, arrastran las aguas presurosamente y sin utilidad alguna para las tierras contiguas, expuestos sin embargo a sus inundaciones periódicas. El labrador que ve sus campos marchitos por la sequía, y el pastor que oye los balidos de sus ganados muertos de sed, contemplan con dolor, cuan nuevos Tántalos, deslizarse las aguas por aquel hondo cauce, al cual solo llegan con la vista.

Pero el hombre dominando la naturaleza, cual hijo predilecto de la creación, lanza con mano atrevida un estorbo en medio de su carrera, hace subir a una altura extraordinaria sus olas amenazadoras, que resbalan bramando por encima de las presas, arranca a los raudales avaros sus inútiles tesoros-, y haciéndolos correr mansamente por entre fuertes murallones, les obliga a sustentar ligeros barcos, y reparte a su arbitrio la amenidad y abundancia por los campos, que yacían eriales.

La posición topográfica de España, la escasez de aguas que la aflige en algunas épocas del año, y la falta total de ríos en algunas de sus más vastas comarcas, hacen más necesarias quizás que en ninguna otra parle las obras de canalización: por desgracia falta muchísimo para que estén aun en proporción con lo que exigen las necesidades del país. Entre las pocas que contamos, la principal y más grandiosa es sin duda ninguna la del canal Imperial de Aragón, (llamada allí vulgarmente la acequia del Rey) no solamente por lo grandioso y colosal de su ejecución, sino también por los grandes beneficios que de él reporta el país, a pesar de no haberse terminado cual convenía. Por esta razón hemos creído, que no desagradaría a nuestros lectores una noticia circunstanciada de esta obra, que figura entre las de primera magnitud de nuestra patria, mucho más no estando al alcance de todas las fortunas su magnífica descripción que se imprimió el año 1796 por el Sr, Conde de Sástago, ni aun el Paseo pintoresco por las orillas del canal, que salió a luz en 1833.

Dos épocas podemos distinguir en el canal de Aragón: la primera desde el reinado del Emperador Carlos V (I en España), hasta Carlos III, en que solamente fue una acequia de riego, prolongada desde las inmediaciones de Tudela, hasta Zaragoza: la segunda data desde el reinado de Carlos III, en que se principió a ejecutar el proyecto de hacerlo un canal de navegación y riego, hasta el presente. Siguiendo estas diferentes fases limitaremos las noticias sobre este canal a tres artículos, el primero acerca del canal antiguo; el segundo sobre la construcción del actual, y en el tercero indicaremos rápidamente algunas de las obras más admirables y bellas que amenizan sus orillas.

I

El canal imperial de Aragón tuvo su primer origen hacia el año de 1529, y en tiempo del Emperador Carlos V, (según queda indicado) de donde le vino el nombre de imperial. Para ello construyó una gran presa de piedra sillería contra la corriente del Ebro, y en uno de sus extremos el palacio llamado de Carlos V, que subsiste hasta el día, medianamente conservado, habiéndose alojado en él D. Fernando VII y la reina Amalia el año de 1828, cuando subieron de Zaragoza a Navarra por el canal.

La fachada principal de este edificio, es toda de piedra y ladrillo, con varias molduras de lo mismo y dos torreones en los ángulos, según el gusto de la época en que se construyó, indicada por el escudo sostenido de las águilas imperiales. Junto a uno de los costados del edificio existen aun las ruedas que servían para subir las compuertas de las antiguas esclusas, según la hidráulica de entonces. En la parte inferior del edificio se ven las cuatro bocas, que daban paso al agua del Ebro para el servicio del canal antiguo, las cuales se hallan tapiadas por ser ya inútiles en el día.

Aquella acequia era solamente de riego, y seguía su curso casi lo mismo que el canal moderno, beneficiando los términos de varios pueblos de Navarra y Aragón por donde pasaba, hasta encontrar con el río Jalón, en el término de un pueblo llamado Grisén. Prescindiendo de los inmensos cortes y desmontes, que tanto entonces como luego, fue preciso hacer, era este obstáculo el gran escollo de la empresa. Para sujetarlo se construyó una magnífica y grandiosa bóveda de sillería, que daba paso a las aguas del canal por debajo del álveo del Jalón, obra de las más grandiosas de aquella época. En seguida saliendo nuevamente a luz, fecundizaba los campos de la villa de Alagón y el lugar de Pinseque, y entraba en los términos de Zaragoza donde terminaba su curso de 14 leguas, restituyendo al Ebro las aguas sobrantes del riego.

Grandes eran las ventajas que aquel canal producía, aun cuando no se mirase más que la seguridad del riego para campos que antes no lo disfrutaban, o que lo tenían muy precario debiéndolo a los ríos Jalón y Huerva escasos de aguas en verano. Aumentáronse la agricultura y sus productos, bajaron los precios de los granos, y como es consiguiente, aumentóse rápidamente la población de aquellas comarcas. Tantas ventajas no fueron suficientes para que se diese a esta obra la importancia que merecía, y por una anomalía, harto rara, pero que no deja de ser frecuente, los más interesados y los principales propietarios que más beneficios reportaban de ella, se conjuraron para hacerle una oposición formidable, llevados de preocupaciones o de intereses particulares. Así fue que en vez de ser mejorada, logró apenas sostenerse con harta dificultad, no habiéndose hecho reparo alguno a pesar de haberse intentado varias veces durante los reinados de los tres reyes Felipes, hasta el punto de quedar enteramente inutilizada.


Almenara del Pilar y paso del canal sobre el Huerva
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II


Seriamos demasiado prolijos si hubiésemos de enumerar una por una las bellezas y las obras grandiosas que adornas las márgenes del canal: por esta razón nos concretaremos a una ligera reseña de las principales.

Un cuarto de hora más abajo de la casa de compuertas en el sitio que existe el palacio de Carlos V, se halla un pequeño pueblo formado por varios edificios que sirven de almacenes y depósitos de madera y otros objetos necesarios para el canal, y de vivienda a los empleados en él. Una fonda y una linda capillita, completan aquella pequeña población: frente a la fonda está el desembarcadero, hasta el cual llegan los barcos ordinarios, y un poco más abajo el puente de Formigales, que es el primero del canal. Sigue este su curso entre frondosas arboledas, por los términos de Ribaforada, Fustiñana, Buñuel y Cortes, pueblos de Navarra, entrando en seguida en un terreno más árido y abierto, atravesando los de Mallén,

Novillas, Gallur, Boquiñeni, Pedrola, Figueruelas y Grisén del Reino de Aragón.

Al llegar a este último pueblo se encuentra una de las obras más grandiosas y colosales, que ejecutó el genio emprendedor de Pignatelli. Dijimos en el artículo primero que el antiguo canal de riego pasaba por debajo del Jalón, mediante una espaciosa bóveda o tunnel: en la imposibilidad de servirse de este medio, se vio precisado Pignatelli a construir un enorme puente por encima del que corriera el canal. Atraviesa el Jalón por un dilatado y ameno valle, que tiene como un cuarto de hora de ancho; para salvar este tropiezo, construyó cuatro soberbios arcos de una elevación extraordinaria, y en seguida una enorme y grandiosa muralla toda de piedra sillería, que corta el valle en toda su latitud hasta enlazar el canal por una y otra parte con la altura y la caja que traía,

Sobre estos arcos y enorme calzada, pasa el canal con todo desahogo, sosteniendo no solamente la caja o álveo con toda su latitud, sino también las banquetas y andenes necesarios para las gentes de a pie y las caballerías que tiran de los barcos. Al pasar por encima del puente el viajero disfruta desde la cubierta del barco de una perspectiva deliciosa, descubriendo vastas y feraces campiñas, lindos pueblecitos, amenos sotos, ven lo profundo el río Jalón, que desde aquella altura parece un humilde arroyo. A un extremo del puente hay una escalera de caracol, por la cual se baja hasta el pie de la fábrica, y se puede contemplar su grandiosa construcción.

Continúa el canal su curso por los términos de la villa de Alagón, y del lugar de Pinseque hasta entrar en las vastas e incultas llanuras que rodean a Zaragoza. A media legua de esta población se encuentra el sitio llamado la Casa-blanca, en el cual el terreno se desnivela, hasta llegar al monte Torrero, que está mucho más abajo. Para salvar aquel inconveniente, se construyeron dos grandes esclusas de piedra sillería, que facilitan la subida y el descenso de los barcos. Imponente espectáculo es el que presencia el viajero cuando metido en uno de los barcos, y sepultado en aquella lóbrega sima entre dos enormes y denegridos murallones por los costados, y otros dos enormes portones por delante y a su espalda, ve precipitarse desde una elevación enorme dos raudales de agua, que no hallando salida hacen subir el barco paulatinamente hasta el nivel del canal. Aquella obscuridad sombría, y el ruido monótono del agua son seguramente imponentes, y la imaginación padece todavía más al contemplar aquel sepulcro de innumerables víctimas, que arrebatadas de la desesperación, van a buscar en aquella horrible sima una tumba para su cuerpo y un término a las penas de la vida. Cuando se abren por fin les portones de la esclusa, respira ya el pecho con más holgura, viendo desplegarse ante los ojos aquella faja de agua tranquila, que forma el canal, y el gracioso arbolado que borda sus márgenes.

Hace poco más de medio siglo era aquel sitio un terreno erial e inculto lleno de malezas y de ruines plantas. Una tarde que Pignatelli paseaba por allí, según refiere la tradición, se entretenía en proyectar planes de jardines, huertas y amenas arboledas: su imaginación trazaba un oasis en medio de aquel desierto. Reían sus amigos y se burlaban de sus planes, considerando aquellos proyectos como parto de una cabeza calenturienta. Pero tiempo después las aguas del canal esparcían por aquel término la animación y la vida, y Pignatelli, recordando las burlas de sus amigos mandaba construir una linda fuente en cuyo frontis se lee todavía en letras doradas

INCREDULORUM CONVICCIONI
ET
VIATORUM COMMODO

  • Para convencimiento de incrédulos y comodidad de los viajeros.

Allí cerca aprovechando el gran desnivel del terreno, construyó también un soberbio molino harinero, cuyas aguas, después de haber puesto en movimiento seis piedras, se precipitan de una gran altura, convertidas en blanca espuma.

Un cuarto de hora más abajo de aquel sitio pasa el canal sobre el río Huerva, por medio de un puente soberbio, no menos solido que el de Grisén, aunque de menores dimensiones. Junto a él se halla la Almenara del Pilar, por donde desagua al Huerva el agua sobrante del canal, según se ve en el grabado que acompaña al artículo, y desde allí corre tranquilamente por entre unos collados hasta llegar al monte Torrero, célebre en los fastos de Zaragoza, por los sangrientos episodios que han tenido lugar en él, durante las luchas que han afligido a nuestra patria en este siglo.

El monte Torrero, en el cual termina uno de los paseos más lindos de Zaragoza, presenta una vista bastante agradable por el conjunto de edificios que hay en él para servicio del canal, su arbolado, el embarcadero o puertecito de Miraflores desde donde salen los barcos, y el hermoso puente llamado de América, por haber trabajado en su construcción el regimiento de este nombre. Además de las oficinas, dependencias y almacenes que allí tiene el canal, hay una linda iglesia con una hermosa cúpula, cuartel para el presidio destinado al canal, varios molinos y una sierra de agua.

Media legua más abajo de Torrero termina la navegación del canal, continuando desde allí como acequia de riego, por efecto de la mala calidad del terreno, compuesto de materias tan débiles como heterogéneas, que no pueden sostener el peso del agua, la cual se filtra por él, causando enormes hundimientos. Para remediar estos inconvenientes ha sido preciso continuar el canal por medio de enormes terraplenes de más de nueve pies de espesor; pero las continuas guerras, la disminución de los fondos del canal y la dificultad para transportar la enorme cantidad de materiales, que se necesitan para terminar tan gran empeño por espacio de tres leguas, han obligado a suspender la obra.

Las utilidades que proporciona el canal, aun prescindiendo del beneficio que reporta la agricultura, el aumento del arbolado, y la facilidad de los transportes, no dejan de ser de alguna consideración, y serían aún más, bajo muchos conceptos, si pudiera terminarse la obra hasta el pueblo de Sástago según los planes de Pignatelli. Para el transporte de viajeros suben periódicamente varios barcos de Zaragoza hasta el Bocal: bien es verdad que los tales barcos dejan aun mucho que desear en cuanto a comodidad y aseo. La navegación se suspende solamente durante unos dos meses de invierno, para limpiar el canal de la cargazón que dejan las aguas y las plantas acuáticas que crecen en sus orillas.

Sería de desear que esta gran obra se terminase y llegara a su fin, siquiera por tener en España una cosa concluida. Pero hay para ello algunos pequeños inconvenientes, además de los indicados), nacidos del estado de nuestra administración y de las reyertas políticas. Una vez remediados estos males, esperamos con fundamento que se tratará de llevar a cabo las obras de verdadera utilidad para el país, entre las cuales podemos contar el canal de Aragón. Pero esto, como conocerán nuestros lectores aun cuando nosotros no lo digamos, va por ahora bastante largo".

V. De la F.
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7/1/12

La Campana de Huesca

PERLAS DE HEMEROTECA
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La Campana de Huesca

En 1874 La Ilustración Española y Americana publicaba un bonito grabado de la estancia donde surgió la leyenda de “La Campana de Huesca”. El siguiente texto acompañaba al grabado:
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"Sabido es que en 1134 subió al trono de Aragón el rey D. Ramiro II, llamado el Monje, por muerte de su hermano D. Alfonso I, el Batallador, y que bajó de él voluntariamente tres años después, para vestir la cogulla de San Benito en el Monasterio de San Pedro el Viejo, en Huesca, falleciendo en 1147.

La memoria de este rey ha quedado ligada a una tradición sangrienta, que no sabemos sí debe admitirse en sana crítica, pero que ha prestado argumento a dramas, romances y novelas: tal es la Campana de Huesca.

Aún existe en la Antigua Universidad (la Azuda de los árabes) de aquella población la cámara en la cual fueron degollados, según la leyenda, los nobles que conspiraban por arrojar del trono al pusilánime D. Ramiro, y se muestra también una argolla de hierro en la clave de la alta bóveda, de la cual se supone que estuvo pendiente el cuerpo ensangrentado del jefe de los traidores, rodeado de las cabezas de sus compañeros de desgracia.

Esa lúgubre estancia, de severos pilares, arcos cruzados, alta bóveda y angostas ventanas, recibió desde entonces el nombre de "Campana de Huesca".
 
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Promenade à Miramont de Guyenne

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Todos los años voy a Miramont de Guyenne, villa situada entre Marmande y Bergerac, en el departamento Lot-et-Garonne, de la región francesa del Sud Ouest. En los últimos años mi estancia se limitaba a pasar unos días enclaustrado en una de las típicas casas de la campiña francesa, con espacioso y hermoso jardín.

Años atrás, cuando competía en las carreras pedestres, recorría casi a diario varios kilómetros por los alrededores. El trote por el lago Saut du Loup era mi preferido. Es un fantástico espacio acondicionado para practicar diversos deportes, para el recreo y para veranear. Su privatización y la prohibición de los baños públicos en el propio lago acabó con parte de su encanto (según decían, se prohibieron los baños a causa de la contaminación de las aguas).

 La referencia de otro de mis recorridos era le château d’eau (depósito de agua), atravesando caminos y por pequeñas carreteras que enlazan las casas diseminadas por la campiña. Ambos recorridos, más cortos, son habituales en los paseos familiares.

Animado por el buen tiempo de las navidades del 2011 he recorrido las calles de Miramont, acompañado, como no podía ser de otra manera, de mi inseparable y modesta cámara de fotos. El día anterior me había leído de una tirada el libro de Julien Green titulado Leviatán. El paseo era un buen motivo para despejar la cabeza.

 Los primeros metros por la avenida Alfred Court, o carretera de Marmande, son realmente peligrosos. La construcción de una acera o camino lateral que comunique el centro de la villa con la Z.A. de Bouilhaguet es una asignatura pendiente de la Maire.


 En la plaza de Martignac un letrero sobre el jardín de la rotonda, con gruesas letras, nos anuncia que estamos en Miramont. Por la rue de la Vigueríe accedo a la Bastide. Los estrechos callejones de la ruelle de Henry IV y de Vert Galan me advierten de estoy en un recinto medieval…

Los afectuosos y efusivos saludos de los franceses nunca dejan de sorprenderme. Por doquier se puede ver a jóvenes y hombres estrechándose la mano, y cuando hay una mujer dándose los habituales cuatro besos. 

 Callejón de Henri IV.- La leyenda dice que Henri IV habría venido a Miramont a visitar a su madre Jeanne d’Albret. En una cacería vio a un lobo que saltando un riachuelo escapaba de los disparos. Este hecho épico dio a este lugar el nombre de “Saut du Loup” (Salto del Lobo), zona verde que invita al paseo, al baño y a la pesca. 

 Aunque parezco un japonés disparando con la cámara fotográfica, con frecuencia me lamento de no haber hecho las más interesantes, pero la mesura me impone a veces algunos límites. En la plaza del Hôtel de Ville dos personas mayores hablan cordialmente. Uno de ellos advierte mi presencia y cuando se despide de su contertulio, rápidamente, entabla conversación conmigo. Me empieza a hablar de las maravillas que puedo visitar en Miramont; yo no me entero de casi nada de lo que me dice, pero enmascarado con una sonrisa de oreja a oreja no dejo de repetir oui, oui… La amabilidad de los franceses, inspirada en una buena educación, no tiene límites. Supongo que el gentil hombre se daba cuenta de que no comprendía, pero no cesaba de hablar y hablar… Al final un cordial saludo nos situó por caminos opuestos.


Para macetas, las de Miramont. Me acordaba de las polémicas de hace algunos años en Zaragoza por los maceteros que puso la alcaldesa Rudi. Las macetas de Miramont hubieran dado mucho que hablar; seguro que en la capital aragonesa no hubieran dejado indiferente a nadie, especialmente a los “humoristas”.

En l’Hotel de Ville leemos las inscripciones LIBERTE,-EGALITE-FRATERNITE, acompañadas de la tricolor. Me gustan las palabras… y la tricolor.


 La torre de la iglesia de Sante Marie punza el cielo. Resulta imposible fotografiarla entera. La iglesia se construyó en 1860 y fue restaurada en 1967. Junto a la puerta de la iglesia están les toilettes; lamentablemente, en España los WC públicos desaparecieron en muchos lugares. Luego encuentro otros en la Bd. Gambetta. ¡Cuánto se agradecen!
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Callejón del Vert Galant.- Nuestro buen rey Enrique, conocido por su caldo de gallina, y por su reputación de galán conquistador de damas, merece bien este callejón que hubiera podido albergar sus amores. Admirad una antigua casa restaurada. La parte baja de esta edificación servía de establo y la parte de arriba de habitación. Los habitantes tenían así un sistema de calefacción natural. El calor de los animales subía al piso superior.


De regreso, paso por la rue Martignac, advirtiendo las leyendas de la ruelle du Vert Galant y du Kroumir.
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Callejón del Kroumir.- Osidore Soussial, al regreso de una estancia forzada en Túnez, hacia 1848, inspirándose en el “kroumir” creó la polaina de badana en fina piel de ovino, que se lleva con los zuecos en el campo. Hacia 1880 su hijo Joseph industrializa el artículo. Esta fabricación, primero familiar y artesanal, se extendió. Numerosos almadreñeros o zapateros crearon más de una veintena de fábricas de zapatillas. A principios del siglo XX se estableció la industria moderna del calzado.



 Precisamente el siguiente destino es visitar la zona industrial donde están ubicados los edificios de la antigua industria de los zapatos; allí acudo tratando de sortear la peligrosa carretera.

Saliendo del recinto urbano se termina la acera, aunque en uno de los laterales las casas se suceden una tras otra, con varios impasses, o pequeñas calles sin salida que dan acceso a varias viviendas. Al otro lado han surgido centros comerciales y la gasolinera, y, detrás, se extiende el hipódromo y un pequeño bosque que esconde el castillo o gran mansión de Grammont.

Para evitar la carretera decido tomar un pequeño camino asfaltado que se dirige a la gran mansión, rodeado de arbolado (avenue de Grammont), con la intención de seguir por detrás del hipódromo y llegar a las antiguas fábricas del calzado. A los pocos metros veo un cartel al que no presto mucha atención (Propiete privee / Ni pique-nique / Ni camping). Medio deslumbrado por el sol, retrocedo varios pasos y leo: Ni promenade. Eso va dirigido a mí.

Recuerdo que hace unos años paseaba con los niños por el camino del hipódromo y salía a esta avenida sin ningún impedimento. Parecía un lugar frecuentado y no me sonaba ninguna prohibición. No pretendo llegar a la mansión. Sigo caminando; a la izquierda un talud que demarca una especie de estadio, rodeado de grandes focos, centra mi atención. ¿Qué será? Una alambrada continúa paralela al camino impidiéndome satisfacer mi curiosidad (es un grass-track de motos). 


A unos cien metros un claro del bosque me permite contemplar la torre de la iglesia y desenfundo la cámara de fotos. Viendo que la alambrada continúa paralela al camino, y previendo que el paso pueda estar cortado, decido dar media vuelta. En ese momento un coche toma el camino desde la carretera. Al llegar a mi altura se detiene. Es una chica joven y guapa. Me imagino que pueda ser la hija de los dueños del castillo. La joven, muy educada, me pregunta si no he leído el cartel del camino, y me recuerda que estoy en una propiedad privada. Como mi francés es poco fluido, entablamos una conversación de “besugos”. Le respondo que he hecho una foto muy bonita de la torre de la iglesia. Desde allí hay una magnífica vista de Miramont. Ella vuelve a preguntarme lo mismo una y otra vez ante mis respuestas absurdas. Seguramente pensaría que yo era portugués porque abundan los portugueses en la zona. No lo sé. Al final, con una sonrisa compartida, le pedí disculpas y seguí mi camino de vuelta.

Por la carretera, olvidándome de los coches, mientras me dirigía a la Zone Artisanale de la Brisse, pensaba en mi encuentro con la “hija de los dueños del castillo”. ¿Por qué no le había hablado en español, para sentirme más convincente, y por qué no le había pedido que me mostrase su castillo, apelando a la amabilidad de los franceses? Estaba convencido de que al oír el español se hubiera olvidado de su insistente pregunta.

Me acordaba de Leviatán y de la mansión de los Grosgeorge. ¡Qué bonita historia para que Julién Green hubiera iniciado su novela! Lamentablemente no hice ninguna foto a la chica y sería completamente incapaz de describirla, aún sin buscar el detalle y la perfección de Green. No recuerdo el color de su cabello, ni el de sus ojos, ni la ropa que vestía, ni la marca del coche utilitario. Sólo me queda su etérea sonrisa y que era guapa. Tampoco me la imaginaba con el carácter severo e impasible de Mme Grosgeorge. Bien pudiera ser algo vanidosa, pero la expresión de su rostro y la cadencia y sonoridad de sus educadas palabras, inquiriendo la respuesta deseada, me apartaba de esa idea. Escuchar a una mujer hablar en francés con amabilidad y dulzura subyuga sobremanera.

 Los antiguos edificios donde se fabricaban los zapatos siguen igual. Uno de ellos se utiliza como Ecole de Cirque, algunos se han adaptado para nuevos usos y otros siguen cerrados. La antigua zona industrial se está transformando en zona comercial con la construcción de nuevos centros comerciales.
Todavía me parece pronto para volver a casa, así que decido alargar le promenade siguiendo el perímetro de Grammont. En realidad es la única carretera que puedo tomar. Ya ni siquiera intento acercarme al hipódromo. El camino de acceso está modificado y probablemente esté cortado. En todos los caminos se encuentran detalles para hacer fotos: los contenedores para el reciclado, las líneas de un sembrado, un árbol solitario, el nido del árbol, el bosque que oculta la mansión de Grammont… Por el Chemin Villanova del Battista me topo con el cartel del Aero Club Mirond’Ailes y la pista que utilizan los ultraligeros; al otro lado varios caballos interrumpen sus juegos amorosos a mi paso. Viejas construcciones resisten junto a nuevas y confortables viviendas; son testigos de otra época. Y un nuevo acceso a Grammnot con la gran mansión entre los árboles.

Atardece. Es hora de regresar.

En el hipódromo utilizan nuevos sistemas de entrenamiento, quizá preparando a los cuadrúpedos para diferentes pruebas. Ahora corren atados de un coche a una considerable velocidad. Este tipo de entrenamiento pierde el encanto romántico de las carreras de caballos.

Estamos en los últimos días del año pero parece primavera. Nuevo día. Apetece otro paseo.

No queda otro remedio, hay que coger la carretera. Ahora me fijo en el cartel de “La Moto Miramontaise” situado junto al “Grass-Track”. Hago la foto pendiente del acceso a Grammont, pero la chica no aparece… Para continuar bordeando el recinto de Grammont me veo obligado a pasar por la plaza de Martignac, después de varios intentos fallidos por varias calles sin salida. Continúo por la Bd Victor Hugo, fotografío la Bd Jules Ferry. Ambas avenidas forman parte del perímetro de la Bastide. En la esquina se levanta l’Ecole Communale de Garçons. ¿Sólo garçons? Curioso contraste con el consabido lema que también preside este edificio público: LIBERTE-EGALITE-FRATERNITE.

Remonto por la rue Jean Mermoz y me encuentro con otro acceso a Gammont. El cartel junto al inicio del camino ya me suena. Desde allí se aprecia una bonita imagen de la mansión y de otras dependencias. También sobresale la torre de la iglesia pugnando con los cipreses del cementerio.

 No recordaba haber visitado ningún cementerio francés, pero la imagen de pequeños recuerdos que se acumular sobre las tumbas me resulta curiosa. Decido seguir el camino hasta cerrar el contorno de la gran mansión. Estaba obsesionado con fotografiar el cartel que anunciaba GRAMMONT y tengo que llegar al Chemin Villanova del Battista. Descubro que Villanova del Battista es una población italiana hermanada con Miramont. Me apetece recordar que la cercana Marmande está hermanada con Ejea de los Caballeros.

Retrocedo sobre mis pasos. Guiado por la puntiaguda torre de la iglesia, vuelvo a la Bastide por otro acceso. Un grupo de hombres mayores jugando a la petanca me dejan claro el camino que debo tomar. Los juegos y las personas mayores tienen poderes que me atraen. Pido permiso para hacer varias fotos. Ellos se sienten protagonistas y piensan que son para la prensa. Les observo. Se sienten felices. La felicidad se alcanza muchas veces con detalles que parecen insignificantes.

Por la avenida de París llego otra vez a la Bastide. Sigo recto, tras cruzar entre la Bd Jules Ferry y Bd Aristide Briand, para entrar por la rue Philippeaux. La ruelle des Templiers capta mi atención, con la torre de la iglesia que se deja ver entre antiguas edificaciones.



La Office de Tourisme sigue cerrada, como el día anterior. Bordeo l’Hôtel de Ville para atavesar la Bastide siguiendo la rue du Temple.

En la Place de la Repúblique dudo si llegar hasta le lac du Saut du Loup, pero ya es demasiado tarde (echaré mano de alguna foto de archivo). 


Sigo por la avenida Soussial hasta llegar al cruce con la de Marcel Cerdan. Esta vía me trae recuerdos. Era camino de paso en mis entrenamientos hasta el lago. La cuesta situada a la altura de los campos de rugby ahora me parece más suave que cuando regresaba corriendo del lago.

Las calles de Grand Bois, Coste et Bellonte y Gastón Imbert me conducen de nuevo a la carretera de Marmande o avenida de Alfred Court.

Por el camino, mientras observo a los caballos y aprecio los cambios que se van produciendo con nuevas edificaciones que se levantan, intento adivinar a lo lejos le château de l’eau, pero los árboles me lo impiden ver.

En Pâques volveré. ¿Podré visitar la gran mansión?


Promenade à Miramont de Guyenne

Fotos: Celedonio García
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