PERLAS DE HEMEROTECA
Las vírgenes desnudas de Berlanga
de Duero
Aseguran
las viejas sorianas que los espejos adquieren virtudes mágicas durante la noche
de San Juan.
(Foto Erik)
Luis G. de Linares se recorrió en los años veinte buena parte de España haciendo reportajes de lo más curioso. En las páginas de Crónica recogía tradiciones arcaicas que todavía permanecían vivas en recónditos lugares o mostraba hechos insólitos. Era la "España profunda" o la "España ignorada".
"Berlanga de Duero, en la provincia de Soria, no es un pueblo incomunicado, como La Baña. Sus habitantes no viven una existencia medieval. Los autobuses atraviesan sus calles y sus plazas. Hay escuelas. Y médico. Y cura.
Y, además, unas mocitas tan
enamoradizas como curiosas. Unas mocitas que no se contentan con preguntarle a
las cartas o a los horóscopos de los abanicos si se casarán, si tendrán hijos,
si el marido permanecerá fiel. Las muchachas de Berlanga, y casi todas las de
la provincia de Soria, saben con muchos años de anticipación quién va a ser su
marido.
¿Cómo se puede producir este
milagro? ¿Son las estrellas las que escriben en la pizarra del cielo el
misterio de la vida futura? ¿O los sueños? ¿O las hogueras mágicas que arden en
la choza de la hechicera?
Nada de eso. La magia amorosa de
las sorianas es absolutamente distinta a la de todas las demás. No tiene más
que un defecto: que sólo es practicable durante la noche de San Juan. En
cambio, ofrece la ventaja, si creemos en las afirmaciones de las muchachas que
la utilizaron, de ser absolutamente infalible.
¡Figúrense ustedes con qué ansia
esperarán las muchachas de Berlanga la noche de San Juan! Después de cenar se
encierran en su cuarto y comienzan a desnudarse. Una a una, van cayendo al
suelo las prendas campesinas; refajo, enaguas, larga camisa hasta las rodillas,
gruesas medias de algodón... Para que la magia opere de manera satisfactoria no
debe quedar ni un centímetro de tela sobre el cuerpo de la moza.
Cuando ésta se halla
absolutamente desnuda, apaga todas las luces de su habitación, enciende dos
velas, que sostiene cada una con una mano, y se coloca delante de un espejo, al
que mira fijamente.
Así permanece durante cinco
minutos o dos horas.
De pronto, la muchacha deja escapar
un grito de angustia y de vergüenza. En ese espejo ha pagado, como una leve
sombra, un mozo que ella conoce. Ha visto cómo volvía hacia ella sus ojos
brillantes de deseo. Al grito de la moza acuden sus hermanas, su madre.
—¿Lo has visto?
—Sí —murmura la muchacha—. ¡Dios
mío, qué vergüenza! ¿Me habrá visto él a mí?
—El está en la taberna o en su
casa —explica la madre—. Es su sombra nada más. Durante la noche de San Juan,
hija mía, han ocurrido siempre estos milagros.
—¿Y me casaré con él?
—Te casarás. Cuando en el
campanario de la iglesia anuncien las campanas la media noche, la sombra del
mezo volverá a meterse en su cuerpo y le contará que ha visto una hermosa
virgen desnuda madura para el amor. Te cortejará, acudirá a tu reja, y este verano,
después de las faenas del campo, se casará contigo.
¿Magia amorosa? ¿Sugestión? Las
mujeres de Berlanga de Duero aseguran que se casaron, sin excepción, con el
hombre que vieron en el espejo la noche de San Juan. Sólo a una vieja solterona
y escéptica le he oído decir:
—Las mozas, sobrecogidas y
enervadas por su desnudez, acaban por ver, puesto que así se lo han propuesto, la
imagen de un mozo entre las luces
temblorosas de las velas. Y ese mozo, naturalmente, suele ser el que ha
despertado en ellas las primeras emociones del deseo. ¿Qué tiene de extraño que
terminen casándose con él?
Hay mozas que escuchan las
campanas de la media noche de San Juan sin haber visto cruzar ante el espejo la
sombra de ningún hombre. Vuelven tristemente a su lecho, seguras de que les
aguarda una larga soltería.
Son, a veces, mocitas de rostro
infinitamente bello, pero cuyo corazón y cuyos sentidos están secos para el amor.
Tan secos, que no pueden crear la imagen de una ilusión en la penumbra
misteriosa del espejo donde la magia enseña a descifrar el secreto de los
amores".
Luis G. de Linares: revista Crónica, 1929.
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Capítulo anterior: La magia amorosa en España (1): Los pantalones del cura. Amor sin complicaciones
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