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Foto: C. García
Viernes, 1 de octubre de 2004
Colaboración leída en el programa “Hoy por hoy” de Radio Zaragoza, dirigido por David Marqueta.
Nos vamos a Veruela, al monasterio cisterciense de Santa María de Veruela. Corazón del Somontano del Moncayo.
El latido de sus muros rezuma misticismo y romanticismo. Lugar de acogida y residencia de viajeros.
Un año antes de que Bécquer fuera a Veruela, a mediados de julio de 1860, el monasterio acogió a numerosos astrónomos franceses, egipcios, alemanes, suizos y españoles llegados de Barcelona, Madrid y Zaragoza, para contemplar desde el Moncayo un eclipse de sol que el 18 de julio oscurecería la tierra. El gobierno español eligió oficialmente el Moncayo para el estudio del eclipse.
También acudió Ignacio Valiente, redactor del Diario de Zaragoza. Valiente narra su viaje y nos cuenta que se alojó en una de las celdas que al año siguiente ocuparía Bécquer. Las blancas paredes de la celda estaban decoradas con escenas de diablos cabalgando en grandes escobas, monstruos, calaveras, escenas amorosas, Venus saliendo del baño… Estos dibujos trazados con carbón demostraban que el antecesor de Valiente en aquella celda había sido un pintor de genio alegre que se había dejado llevar por la atmósfera que le rodeaba.
Es el mismo ambiente misterioso que encontraría Bécquer y que plasmaría en sus Leyendas y Cartas desde mi celda.
Unos días antes, a primeros de julio de 1860, un cometa había surcado los cielos. Ambos fenómenos celestes, anuncio de malos presagios y desgracias para las supersticiosas mentes de las gentes, pudieron ser la causa de la muerte de la Tía Casca, pobre mujer, acusada de bruja, que fue despeñada por los mozos de Trasmoz.
Qué pensaría el muy socarrón de Quevedo cuando escribía:
El mentir de las estrellas
es muy seguro mentir,
porque ninguno ha de ir
a preguntárselo a ellas.
Viernes, 1 de octubre de 2004
Colaboración leída en el programa “Hoy por hoy” de Radio Zaragoza, dirigido por David Marqueta.
Nos vamos a Veruela, al monasterio cisterciense de Santa María de Veruela. Corazón del Somontano del Moncayo.
El latido de sus muros rezuma misticismo y romanticismo. Lugar de acogida y residencia de viajeros.
Un año antes de que Bécquer fuera a Veruela, a mediados de julio de 1860, el monasterio acogió a numerosos astrónomos franceses, egipcios, alemanes, suizos y españoles llegados de Barcelona, Madrid y Zaragoza, para contemplar desde el Moncayo un eclipse de sol que el 18 de julio oscurecería la tierra. El gobierno español eligió oficialmente el Moncayo para el estudio del eclipse.
También acudió Ignacio Valiente, redactor del Diario de Zaragoza. Valiente narra su viaje y nos cuenta que se alojó en una de las celdas que al año siguiente ocuparía Bécquer. Las blancas paredes de la celda estaban decoradas con escenas de diablos cabalgando en grandes escobas, monstruos, calaveras, escenas amorosas, Venus saliendo del baño… Estos dibujos trazados con carbón demostraban que el antecesor de Valiente en aquella celda había sido un pintor de genio alegre que se había dejado llevar por la atmósfera que le rodeaba.
Es el mismo ambiente misterioso que encontraría Bécquer y que plasmaría en sus Leyendas y Cartas desde mi celda.
Unos días antes, a primeros de julio de 1860, un cometa había surcado los cielos. Ambos fenómenos celestes, anuncio de malos presagios y desgracias para las supersticiosas mentes de las gentes, pudieron ser la causa de la muerte de la Tía Casca, pobre mujer, acusada de bruja, que fue despeñada por los mozos de Trasmoz.
Qué pensaría el muy socarrón de Quevedo cuando escribía:
El mentir de las estrellas
es muy seguro mentir,
porque ninguno ha de ir
a preguntárselo a ellas.
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