10/3/10

Recordando las fiestas de Villar de los Navarros

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PERLAS DE HEMEROTECA
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Las páginas de La Crónica de Aragón, diario de "Aragón, Literario y Artístico", publicaban en 1916 un artículo titulado "La fiesta de la Sierra", firmado por Enrique Luño Peña y fechado en Villar de los Navarros, el 26 de agosto de 1916.

Enrique Luño nos relata las fiestas de Villar de los Navarros a principios del siglo XX, el ambiente y las tradiciones, marcadas por la presencia del “famoso de la gaita y el tambor”. Entre los festejos más típicos destaca “la corrida” en la era, o “corrida de pollos”, así denominada porque estas aves de corral eran el premio que se entregaba a los primeros clasificados. Después la gente se dirige a la plaza para presenciar la típica danza en honor a los campeones, que allí llaman “bailar a los pollos”.

"El voltear de las campanas que a vuelo van y las halagüeñas caras de la gente del pueblo y en especial la risueña mirada de la juventud alegre, son indicios precursores de una fiesta que está próxima, de una fiesta que, sin duda, ha de ser de las que llenen de beneplácito y regocijo a la gente campesina que vehemente la ansía, por ser la única que de solaz y distracción ha de servirle durante el breve y a veces largo lapso del año, y la única en la que, por verificarse en el preciso tiempo en que tiene fin la recolección, puede gastar un tanto de aquello que tamaños trabajos, desvelos y sinsabores les ha costado.
.Al ocultar el sol los resplandores de sus áureos cabellos, que durante el día han iluminado con sin par e incandescente luz la tierra de los afanes labriegos y los campos casi abandonados después de rendir el fruto de su fecundidad, los humildes campesinos regresan contentos a sus hogares, para arreglarse un poco y marchar a la «plaza Mayor» a celebrar y cumplir con aquello de que «por víspera se conoce al Santo».
.Formada la comitiva en la que presiden los que en otro año eran solteros y que en éste hanse unido con vículo indisoluble a las que eran dueñas de sus amores y a quienes prodigaban sus rondas y festejos, dirígese a casa del mayordomo, donde se encuentra «el famoso de la gaita y el tambor».
.Y después de dar unas vueltas en derredor del serrano pueblo con algarabía y estrépito al son de las chillonas voces de la gaita y el sordo ruido del tambor, disuélvense para descansar los unos, los más para hacer baile.
.Tenue luz que se acentúa cubre aún el cielo, cuando se oyen los clamores de los fieles que rezan y van cantando el Rosario de la Aurora, y los rayos del astro de la luz y el calor apenas asoman por Oriente cual hermosa cabellera de color de oro, cuando se llega a percibir de nuevo el sonido de la clásica charanga de la sierra.
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Las campanas van al vuelo, la gente ya acude a misa y una vez que esta termina, las mujeres van a casa a preparar la comida, y la gente varonil está tirando a la barra o jugando a la pelota, o saltando con un caballo y haciendo pruebas y apuestas más que de maña, de fuerza.
.Después de reponer bien el estómago, los serranos van al café, donde gastan puro, anís, hablan de asuntos agrícolas y juegan unas partidas de naipes, hasta que vienen a perturbar su cachazudo reposo el sonar del tambor y el de la gaita que anuncian ya la corrida.
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Y los mozos de cara risueña, tostada del sol, y de cuerpo robusto que cubren sus galas, cual el terso pañuelo de seda sus frentes, la blanca camisa que estrenan entonces, el chaleco de pana que abrochan muy poco, los pantalones de estilo bombacho y las alpargatas recien estrenadas, caminan altivos y con gran orgullo al lugar que llaman «Las eras», para allí apostarse y lucir a porfía sus habilidades corriendo, brincando y guiando burros que llevan la albarda puesta al revés.

En sitio aparente para ello, despójanse de sus galas cubriendo tal sólo sus cuerpos las blancas camisetas y los calzoncillos, y puestos en línea y dadas las voces de orden, comienzan su marcha veloz, formando al principio una cinta que desaparece a medida que siguen corriendo.

Llegó con pie presuroso el primer corredor y al tocar en la horca los pollos, una moza que será de seguro su novia, le echará una saya barredera de rojo muy fuerte, para que se cubra y preserve del aire el sudor; y después llegarán el segundo y el tercero con paso más lento, y también le echarán otra saya cual un mérito por salir vencedor.

Una vez que brincaron los otros y corrieron con sus borriquillos y los chicos hicieron apuestas, redoblando el tambor y la gaita, se dirige la gente serrana a la plaza para presenciar lo que llaman «bailar a los pollos», en que todos aquellos mozos triunfantes bailan con aquellas que echaron sus sayas de rojo, y reciben el premio propuesto.

Y una vez que esto termina, la gente con mejor humor y quizá con mejor gana, se decide a merendar. Allí el derroche de pollos, de lomo, de longaniza y de magras con tomate.
Tampoco escasea el vino, mas no se presencia aquello de comer y emborracharse de las antiguas fiestas, no. La gente serrana, hoy día, parece encontrarse envuelta en un baño de lo moderno, conservando en su interior buena parte de lo antiguo".
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