Durante el siglo XIX, en varios diarios
nacionales se publican artículos relacionados con el carácter y las costumbres de
los diferentes pueblos o regiones españolas.
En El
Globo encontramos una serie de artículos, sin firma, con el epígrafe de Tipos Españoles,
uno de ellos, en 1881, trata sobre el “Aragonés”. En el reportaje se suavizan
los clásicos tópicos, mostrando los aspectos más positivos con los que habitualmente
se los caracteriza. Se elige como modelo al “labrador” (ver dibujo), que es era
el tipo más abundante en la época.
“Alto, fornido y de expresivo rostro es,
por regla general, el tipo del labrador aragonés... Amante del trabajo, económico
y morigerado en sus costumbres, de escasa tregua a sus habituales tareas y no
ceja jamás en su empeño en labrarse una pequeña fortuna para atender a su vejez
y al cotidiano sustento de su familia.
El aragonés es altivo, habla poco,
defiende su opinión con firmeza, elogia su país hasta la hipérbole y la menor
contradicción le enardece. Sus condiciones naturales, su grave aspecto, sus
maneras frías y su tono, casi siempre brusco, tiene algo que sorprende a quien
no le conoce.
Estos son los únicos defectos que poseen,
y que, por otra parte, se hallan eclipsados por multitud de cualidades
recomendables bajo todos conceptos.
Si los aragoneses son fríos y serios, son
también reflexivos y prudentes; se hallan provistos de un juicio sólido y de una
inteligencia despejada y perspicaz. Su prevención a favor de sus compatriotas no
les ciega hasta el punto de hacerles desconocer los méritos de los demás, y
saben rendir tributo al valor personal de los extranjeros. Sí son altivos, son
al mismo tiempo atentos y leales. Hábiles cortesanos, sin facha de valientes, sin
bravatas, atrevidos hasta la temeridad, activos como nadie, son ambiciosos y
perseverantes. Su carácter decidido, firme e inalterable, ha hecho que se les acosara con frecuencia
de indisciplinados; pero de todos modos, nunca han cedido cuando se ha tratado de
luchar por la defensa de sus leyes, de su independencia y de su libertad.
Aragón ha dado a su patria grandes héroes,
cuya interminable lista sería prolijo enumerar en estos momentos. La histeria
atestigua sus hechos, las instituciones aragonesas de otros tiempos ponen de
relieve su carácter y la épica guerra de la independencia española demuestra de
un modo patente su valor a toda prueba y su denodada constancia contra las
pretensiones del invasor.
(…) El grabado da una idea exacta del
traje de los aragoneses, así como del tipo que por lo común ofrecen.
Con la chaqueta al hombro, el calzón
corto, la clásica alpargata, el pañuelo en la cabeza, su faja descomunal y su
prolongada vara en la mano, el labrador aragonés recorre la ciudad y el campo,
acude a sus faenas y visita las ferias y mercados, sin aspirar jamás a modificar
su manera de vestir ni a desprenderse de los patriarcales usos y costumbres que
sus antepasados les legaron.
El labrador aragonés, en una palabra, se
distingue por una circunstancia especialísima y característica.
Vive contento y feliz en su casa de labranza, y no anhela salirse de su esfera ni alejarse de la comarca que lo vio
nacer".
El Globo, 1881
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