18/5/09

El andarín "Garras Largas"

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Carrera pedestre de Codo

Aragón ha sido tierra de andarines y así queda reflejado en las numerosas historias sobre estos personajes que han alcanzado la meta de la fama. Los textos literarios también abundan. Varios cuentos y novelas de escritores costumbristas reflejan el ambiente festivo de las carreras pedestres o corridas de pollos: Cosme Blasco Val (“Las fiestas de mi lugar”), Ricardo del Arco (“Tierras de maldición”, 1925), Miguel Allué Salvador (“La mejor carrera”, 1927), Luis López Allué (“La corrida de pollos”), etcétera.

Pregón de la corrida de pollos, dibujo de Iñaki para ilustrar el cuento de Luis López Allue "La corrida de pollos".

.Hace poco tiempo recogíamos las aventuras de “Royico de Fuentes”, según un artículo de R. Mainar Lahuerta publicado en 1899 con el título: “La buena fama de andarín”.

Volvemos con una nueva historia literaria de la mano de Francisco Aznar Navarro, historiador y periodista zaragozano (1878-1927). Francisco Aznar se inició en el periodismo en el Diario de Zaragoza y en Heraldo de Aragón; luego marchó a Madrid y se incorporó a la redacción de La Correspondencia de España. También ocupó la jefatura de la redacción del diario madrileño Informaciones, que abandonó para fundar el ovetense Región. Al poco tiempo volvió a Zaragoza para dar vida a La Voz de Aragón en colaboración con Sánchez Roca (1925).

En 1920, Francisco Aznar publicó en La Correspondencia de España un relato o cuento titulado “Manolico Pincharranas”. La acción discurre en Calzadilla de la Sementera, un pueblo (imaginario) de Aragón, con dos protagonistas: Manolico “Picharranas”, «un mozo que se ha dedicao a ochenta cosas, cree que sirve para todo lo de este mundo y no sirve para nada de provecho», y “Garras Largas”, un andarín que surge en el capítulo V del relato. A continuación lo transcribimos.
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La corrida de las eras
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Pedro Sierra, de La Puebla de Híjar, corriendo en una era

.Aquella tarde, por pura casualidad, había espectáculo en el pueblo. Hallábase de paso un andarín famoso en la comarca. Días antes asombró con su resistencia a los pueblos vecinos y no dejaron de llegar a Calzadilla rumores de proezas tales. Por eso cuando «Garras Largas»—este era el apodo del andarín—acudió al alcalde en súplica de que le permitiera ofrecer al vecindario una función pedestre, el tío Cucamonas se apresuró a conceder el permiso, cuanto más que la carrera había de ser absolutamente gratuita, sin que el andarín se reservara más derecho que el de pasar una bandeja, apelando a la voluntad de las buenas gentes, cuando ya la función hubiera terminado. Y bien seguro estaba el tío Cucamonas, porque conocía de sobra a sus administrados, de que a la hora de la bandeja habría en el pueblo más «Garras Largas» que el protagonista del espectáculo.

Cirilo el alguacil, mediante los pregones de rigor, hizo saber bien pronto a los vecinos que a las tres de la tarde se podían congregar en las eras para asistir al festejo.

No andaban en Calzadilla sobrados de distracciones. La que se anunciaba tenía por fuerza que producir sensación en el vecindario».

Así no extrañará que mucho antes de la hora ya dicha, la población en masa se hubiese volcado sobre las eras, ostentando cada hijo de vecino, en punto a indumentaria, lo mejor que pudo extraer del fondo del baúl.

Carrera pedestre en Canfranc

Un pregón de Cirilo anunció que la fiesta comenzaba.


Los próceres de Calzadilla formaron grupo sobre un altozano. En el centro del grupo se destacaba la figura oronda del alcalde, que se había reservado la facultad de presidir la fiesta.
«Garras Largas» se comprometió a dar, durante una hora, tan monstruoso número de vueltas a un círculo previamente acotado, y a velocidad tan extraordinaria, que a nadie le cabía en la cabeza que pudiera resistir la prueba sin caer en la pista rodando como una pelota. La fama de que el andarín venía precedido no era bastante para convencer a los incrédulos. Cruzáronse apuestas, que consistían por lo general en merendolas. Muchos se preparaban a la rechifla, y hasta los mozos más bravucones alimentaban en el magín el plan de un manteamiento si «Garras Largas», como presumían, se quedaba corto.
Mientras los comentarios y las cábalas subían de punto y hombres, mujeres, chicos y chacos: se enzarzaban en peloteras disputándose los sitios mejor situados, «Garras Largas», impasible, se aligeraba de ropa, disponiéndose a llevar a cabo su cometido. Sin más que una camiseta y unos a modo de zaragüelles de algodón, que en otro tiempo fueron blancos; amontonado el resto de su indumentaria en un ribazo, y sobre sus ropas una sábana que habría de servirle para empapar el sudor tras la carrera, «Garras Largas» hallábase esperando el momento en que el tío Cucamonas, cual si se tratara de dar la señal para que saliese del chiquero un toro, agitara su pañuelo. Marcaba la pista un grueso cordel, tendido sobre las piedras de la era del propio alcalde y sujeto de trecho en trecho por pesados cantos.

Carrera pedestre de Maella, 1992

—¿Estamos?—preguntó el alcalde a grito pelado.
—¡Estamos!—respondió «Garras Largas» con su voz en exceso aguardentosa.
La autoridad municipal agitó un instante su pañuelo de hierbas, Y un ¡oh! formidable salió a un tiempo de centenares de bocas cuando «Garras Largas» se lanzó a la pista.
El andarín comenzó su carrera vertiginosa. El secretario, reloj en mano, anotó la hora del comienzo. El concurso se agitaba en un guirigay indescriptible. Los que habían apostado por el andarín le animaban con sus voces. Los que habían apostado en contra ideaban cien modos de poner obstáculo a la carrera. No pocas veces cayeron con esa finalidad, ante el andarín, gorras, pañuelos, blusas y chaquetas, obstáculos que «Garras Largas» salvaba con facilidad, haciéndose el desentendido, mientras el tío Cucamonas se veía precisado a recordar su condición, autoritaria y el alguacil repartía una buena colección de cachetes entre los revoltosos.
No había dejado de acudir a la fiesta Manolico «Pincharranas». Perejil de todas las salsas, no era concebible en Calzadilla una diversión, ni nada de este mundo, sin su presencia. Su voz sobresalía en el coro general de comentadores de los incidentes de la carrera. Fue el primero en apostar en contra del andarín. Era ahora el que más se distinguía en lanzarle obstáculos. Gracias a que el alguacil optó por hacer la vista gorda, considerando el de Manolico como un caso excepcional, pudo seguir «Pincharranas» molestando a su placer al desventurado que seguía su carrera alocada, bañado en sudor y amoratado el rostro.
Tan amigo de llevar la contraria a todo el mundo como enemigo de admitir que ¡hubiese en la Tierra hombre capaz de hacer cosa que él no hiciese, Manolico «Pincharranas» empezó a agitarse movido por una indignación rabiosa al ver que el tiempo se prolongaba y el andarín seguía impertérrito en su carrera.

Benito Ojeda en la carrera pedestre de Albalate del Arzobispo, 2007

Manolico gritaba:
—¿Pero es que en Calzadilla nos hemos vuelto tontos de remate? ¡Que estemos aquí todos con la boca abierta, como papanatas, tragándonos el engaño más grande que se ha conocido! «Garras Largas» corre menos que la burra del esquilador, que se cae de vieja. Yo, ¡yo!, oídlo bien, le voy a demostrar a ese trapacero que corro más que él, que le desafío, y que está por nacer el que haya de reírse del hijo de mi madre.
Inútilmente trataron de evitar la escena las personas que rodeaban a Manolico. Este dio un salto y se coló en la pista. Un clamoreo general inundó el espacio. El asombro se reflejó en todos los semblantes. El tío Cucamonas empuñó la vara nerviosamente. Cirilo el alguacil se estremeció pensando en las intervenciones que le aguardaban.
Manolico corrió algunos metros tras el andarín pretendiendo detenerle en su carrera y apostrofándolo de este modo:
—¡Párate, farsante, que yo te desafío a ver quién corre más! «Garras Largas», sin detenerse, le invitaba a que le dejase cumplir su coraprotniso.

Félix Enguita de Cubel, 1953 (Foto: Fernández)

Las voces de «Pincharranas» alcanzaron el límite de los insultos más tremendos. Ya la mitad del vecindario se encaminaba presurosa hacia la pista, temiendo un choque de consecuencias graves.

El andarín vaciló al pasar junto al ribazo donde dejó, antes de que comenzase la carrera, la parte mayor de su indumentaria. Se detuvo. Dio un salto. De un bolsillo de la chaqueta sacó un objeto. Un segundo más tarde, el sol arrancaba chispas de una faca descomunal. Esgrimiéndola corrió «Garras Largas» hacia Manolico con ánimo de hundírsela en el pecho.

Fue enorme la conmoción que el instante produjo en autoridades y, simples vecinos. Los alaridos de las mujeres y gente menuda contribuían a aumentar la confusión.
La sangre no llegó a manchar el pavimento de la era. Al divisar la faca, Manolico giró sobre los talones y emprendió una carrera que inútilmente habría pretendido seguir el propio «Garras Largas».

A éste pudieron sujetarlo sin dificultad media docena de mozos fornidos, que le desarmaron y condujeron a empellones, por disposición del tío Cucamonas, a la cárcel, situada en un desván de la Casa-Ayuntamiento.
Inútil fue también que otros mozos tomaran la dirección, seguida por Manolico, dándole voces de que se detuviera, pues ya el peligro había pasado.

«Pincharranas» corría más que el cierzo. Debía continuar su carrera loca, sin volver la cabeza y encontrarse mucho más allá de los aledaños de Calzadilla, cuando dos horas más tarde la plaza de la iglesia se hallaba sembrada de grupitos que comentaban con acaloramiento los incidentes de la tarde.
En uno de esos grupos exclamaba el albéitar:

—¡Hombre! Gracias a Dios que Manolico cumple una vez lo que promete. Nadie sabe dónde ha ido a parar. Lo menos se encuentra a estas horas en Tomillares del Caramullo. Esa sí que es carrera. Aunque por otro camino, ha dejao tamaño a «Garras Largas».

Antonio Luna, andarín de Alcolea de Cinca

Y replicó con sorna Tomasón el barbero:
—La verdad es que hoy tengo que devolverle el crédito. ¡Ha pinchao una rana!
De Manolico «Pincharranas» nada se ha vuelto a saber en Calzadilla.

El veterinario sostiene que corriendo, corriendo, logró llegar hasta la Luna el mismo día de la carrera, no muy entrada la noche.

Algunas veces se le recuerda, cuando alguien en el lugar incurre en la jactancia de prometerse cosas a que no alcanzan sus facultades.

—Este es como «Pincharranas»—se suele oír con alguna frecuencia.

Y es bien cierto que «Pincharranas», al marcharse, dejó sucesión.
Francisco Aznar Navarro
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