26/1/12

Azara

PERLAS DE HEMEROTECA

Félix de Azara. Dibujo de Batlle

El escritor Francisco Grandmontagne publicó en la revista argentina Caras y Caretas (1929) un interesante artículo dedicado a Félix de Azara, que nos permite conocer mejor al naturalista, geógrafo, geodesta, ingeniero militar y marino de Barbuñales (Huesca). El artículo iba acompañado de un dibujo de Batlle.
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La admirable obra científica realizada durante veinte años por Azara en las regiones platenses constituye la principal fuente de información de los historiadores modernos para presentar el vasto cuadro geográfico del período colonial. Con razón el general Mitre la considera muy superior a la realizada por Humboldt en Méjico. Y el señor Groussac, tan exigente en lo informativo como preciso en sus juicios, tiénela por única en lo descriptivo, si bien opone a ella fundados reparos en lo histórico.

Don Félix de Azara —puede asegurarse sin temor de error— fue el hombre más culto que llegó a América durante la época de la dominación. Naturalista, geógrafo, geodesta, ingeniero militar y marino, su obra, verdaderamente extraordinaria, realizada con exiguos medios y tras de penalidades sin cuento, sigue siendo hoy mismo de obligada consulta. El área descripta, delineada y en buena parte recorrida abarca millares de kilómetros, caudalosos ríos, impenetrables bosques, vastísimas y solitarias planicies.

Era aragonés, de Barbuñales, villa de la provincia de Huesca, donde cursó el bachillerato, completando sus estudios superiores en Barcelona. Pertenecía a una distinguida y pudiente familia. Su hermano José Nicolás, marqués de Nibiano, fue un gran diplomático que tuvo lucidísima actuación en Roma y París durante la época napoleónica, tan profundamente trastornadora de la vida internacional de toda Europa. Agente general de España en la Ciudad Eterna, influyó de modo decisivo para que su íntimo amigo el cardenal Ganganelli fuera elegido Pontífice con el nombre de Clemente XIV, a quien luego asesoró eficazmente. Posteriormente, al invadir Napoleón el norte de Italia, Pío VI encargó al hábil diplomático aragonés la difícil misión de lograr que aquel genio de la guerra no ocupara Roma. Azara logró convencer al Emperador. Y cuando retornó a Roma fue objeto de grandes aclamaciones como su libertador. Se le incluyó entre los sesenta nobles romanos, acuñándose urna medalla en su honor con estas palabras: Josephus Nicolaus Azara eques Hispanus; y en el reverso: Praesidum et decus Romae, 1796. Apoderados más tarde los franceses de Roma y preso el Papa, su intervención sirvió para que fuese tratado con todos los miramientos debidos al jefe supremo de la Iglesia. La elección de Pío VII se debió igualmente a su influencia entre los cardenales. Fue, en suma, uno de los diplomáticos más sagaces y preponderantes de su época. Era un notable erudito, y escribió algunos libros en que se advierte su depurado gusto literario y ponderado juicio: "Obras de Garcilaso", "Obras de Meng", (atinada crítica de pintura), "Historia de la vida de Cicerón", "Obras de Horacio", "Obras de Virgilio", "Memoria sobre la pacificación general de Europa", "Introducción a la Historia natural y a la geografía física de España", "Semblanza de Carlos III " y otras monografías y opúsculos en que, juntamente con la investigación, siempre precisa, florece la belleza expresiva.

Sabido es que Félix de Azara fue a Sudamérica en 1781, comisionado para estudiar la cuestión de límites entre las posesiones españolas y portuguesas planteada por el tratado de San Ildefonso. Pero, gran explorador y hombre de ciencia, dio a su misión mayores vuelos haciendo un completo estudio topográfico de aquellas vastas regiones. Levantó un mapa casi perfecto del Chaco, que ha servido de base a los que se han trazado después. Y al propio tiempo describió aquella naturaleza, misteriosa entonces, o poco menos: el clima, los vientos, la disposición y calidad del terreno, los vegetales, el arbolado; la fauna, los insectos, ofidios arácnidos, pájaros. Clasificó más de cien cuadrúpedos y no menos de cuatrocientas aves. Hizo curiosas observaciones sobre multitud de tribus: guaraníes, charrúas, yaros, boanes, chanas, mimanes, pampas, orejones, tobas, mocobies, etc., señalando puntualmente la diversidad de sus costumbres, mitos y supersticiones. Realizó el trazado de las costas, remontó los ríos, estudiando el curso del Paraná, Uruguay, Paraguay, Pilcomayo, Bermejo y sus numerosos afluentes; reconoció las fronteras del Brasil e hizo oportunas indicaciones para organizar las defensas del Rio de la Plata. Y llevó a cabo su enorme obra sin más medios que unos modestos aparatos de geodesia y el limitado auxilio de algunos ayudantes españoles y un grupo de peones indios, cuya voluntad supo ganarse con su bondad y buen trato.

Los papeles de Azara —notas, croquis, planos, apuntes diversos— corrieron gran odisea. Depositados en el Cabildo de la Asunción, el gobernador de la colonia, don Gabriel Avilés del Fierro, decidió vestirse con las plumas del grajo; se apoderó de todos aquellos originales, enviándolos a España como obra propia, con lo cual aparecía ante el rey y sus ministros como un pozo de ciencia cuando sólo era un burócrata mediocre cuya moralidad en lo demás puede juzgarse por este rasgo. Muchos años después. Azara envió a su hermano, el marqués de Nibiano, a la sazón embajador español en París, una parte de sus estudios para que los diese a conocer entre los naturalistas franceses. A Moreau Saint-Mery le parecieron interesantísimos y los tradujo, lanzándolos a la circulación el editor Walkenaer. Según el señor Groussac (yo no conozco esta edición), estos estudios salieron notablemente mejorados por las notas agregadas de Cuvier y Sonnini. Pero parece —así lo veo en un erudito ensayo de Dionisio Pérez— que Mr. Moreau Saint-Mery se quedó con el producto de la edición, “si bien no quiso, como el gobernador y el virrey españoles, atribuirse la paternidad de la obra”.

Azara dejó los siguientes escritos: "Descripción e historia del Paraguay y Río de la Plata", su obra principal, publicada en 1847, o sea veintiséis años después de su muerte; "Viajes por la América Meridional" (traducido al francés por Moreau Saint - Mery); "Apuntamientos para la historia de los cuadrúpedos del Paraguay y Río de la Plata", "Apuntamientos para la historia de los pájaros", "Diario de navegación del Tibicuary", "Memoria rural del Río de la Plata", "Límites del Paraguay", "Reflexiones económico - políticas del reino de Aragón".

En el traspaleo o trasconejamiento de los escritos de Azara, el mapa del Chaco Boreal ha caído, tras de muchas vueltas, en el archivo del gran poeta Zorrilla de San Martin. Nunca pudo caer en mejores manos. Los estudios topográficos y las demarcaciones de Azara sirven hoy, en buena parte, de base a la Comisión de Washington para resolver el pleito de límites entre el Paraguay y Bolivia. Este pleito es "una cuestión de vida o muerte para bolivianos y paraguayos, pues, como se sabe, úrgeles la adquisición de tierra, no cabiendo ya unos y otros dentro de las líneas de sus fronteras, tal es de formidable la densidad de población.

El estilo de Azara es conciso, sobrio, cortado, claro, de gran economía verbal. En la parte científica procede con la mayor honradez, no atribuyéndose —cosa frecuente en aquella época y en las anteriores— exploraciones y planimetrías realizadas por otros. Así, al hablar de las primeras vertientes del Paraná hasta su Salto grande, y de las del Paraguay hasta el Jaura, dice que adopta el mapa de Custodio de Saa. Señala igualmente las colaboraciones del capitán de navío Diego Alvear, que hizo el mapa del Paraná hasta Candelaria, así como los trabajos relativos a su curso hasta Buenos Aires, que por su orden realizaron Boneo, Zizur, Pazos y Corbiño. No cree Azara en la perfección de la obra propia en cuanto se refiere a las grandes vías fluvias y sus múltiples afluentes. "...Hay muchos yerros —dice— que no podrán corregirse hasta que pasando bastantes siglos se extienda la población por todos ellos." Un poco lejano está aún ese día.

Cuando llegaba a las tolderías, su fino espíritu observador se dedicaba a estudiar las costumbres de las diversas tribus, habiéndonos legado las mejores descripciones sobre esta materia. Ateníase con preferencia, más que a las viejas crónicas que pudo hallar en los archivos de la Asunción, Corrientes y Buenos Aires, "a consultar la tradición de los ancianos". Y así sus noticias producen la impresión de realidad viviente. Siente un santo horror hacia toda exageración, y al referir algunos hechos que personalmente no ha observado, recogiéndolos de las versiones de otros exploradores, advierte prudentemente: "No pretendo que las reflexiones que de ellos deduzco se crean, no hallándose fundadas".

Sus juicios sobre los primitivos cronistas no pueden ser más atinados. La crónica de Uldérico Schmidels, escrita en alemán y traducida luego al latín, está llena de errores respecto a los nombres de personas, río y lugares. "También tiene —dice— el defecto inevitable en un soldado raso (Schmidels era un aventurero bávaro que formó parte de la expedición de don Pedro Mendoza) de abultar el número de enemigos y de muertos, en las batallas, y decir que los indios tenían fosos, estacadas y fortalezas, para aumentar -así su gloria al supeditarlos. Alguna vez, para dar variedad a su historia, añade que algunos indios tenían bigotes y que criaban aves y animales domésticos, faltando en esto a la verdad que usa en lo demás generalmente". Estas invenciones nos hacen suponer que las diatribas de Schmidels contra su jefe, Irala, carecen de fundamento o pecan de excesivamente exageradas. Poco crédito le merecen igualmente los escritos de Alvar Núñez Cabeza de Vaca, "que no se queda corto en su propia apología y que sabe aplicarse cosas buenas hechas después, estando él preso en Madrid. Tampoco es escaso en acriminar a sus contrarios, no perdonando medios ni invectivas y aun achacándoles la avaricia y otros vicios que eran suyos". Del arcediano Barco de Centenera y su "Argentina" no opina mejor. "Considero esta obra tan escasa de conocimientos locales y tan llena de tormentas y batallas, de circunstancias increíbles a los que conocen aquellos naturales, y de nombres y personajes inventados por él, que creo no se debe consultar cuando pueda evitarse. Pero su empeño mayor es desacreditar a los principales y a los naturales, siguiendo en esto el genio característico de todo aventurero y nuevo poblador como él lo era".

Más duro aún es con Ruiz Díaz de Guzmán, cuyo verdadero apellido era Riquelme. Sin duda lo cambió por no parecerle bastante sonoro. "Lo dicho basta —añade— para que no lo tengamos por escrupuloso y para que no nos cause novedad si vemos que en vez de verdades sólo cuenta novelas, como la leona que defendió a la mujer, la transmigración de los chiriguanas y el intercalar en sus relatos expediciones fingidas".

Idéntica crítica opone a la crónica del P. Lozano, que ignoraba la geografía del país. Rechaza su estilo caviloso y mordaz contra los primitivos exploradores. "Para Lozano —dice— no hubo sino dos hombres buenos, Alvar Núñez y el primer obispo, a quienes el Consejo condenó justamente por su mala conducta y porque realmente fueron los más ineptos. El P. Guevara juzgó a Lozano de algunas cavilaciones y maledicencias, añadiendo otras más insulsas; omite cosas substanciales y pone otras que no lo son".

Como los antiguos cronistas de toda América formaban parte, en calidad de soldados o frailes de las expediciones, cada uno de ellos escribe según las pasiones que en su espíritu levantaba el trato que les daban los jefes. Al producirse entre éstos aquellas disensiones y terribles trifulcas que convirtieran la conquista de los diversos territorios en un largo semillero de guerras civiles, los cronistas tomaban parte por uno n otro bando, llenando sus escritos de patrañuelas, invenciones y falsedades. Y de ahí lo difícil que es reconstruir una historia verdadera de aquellos remotos sucesos. El historiador moderno que se atenga a tales crónicas, sin depurarlas de la pasión que en ellas late, nunca podrá formular juicios muy seguros.

Verdadero sabio en su tiempo, espíritu además ponderado y ecuánime, la obra de Azara supera a cuanto se escribió en la época colonial. Al regresar a España encerróse en su pueblo natal, en Barbuñales, renunciando al virreinato de Nueva España que le ofreciera Carlos IV. Tampoco quiso aceptar recompensa alguna por los trabajos realizados. Retirado en su villa aragonesa, dedicóse el resto de su vida a cultivar sus tierras y aleccionar a sus paisanos en el progreso agrícola, repitiendo el bello ejemplo de Cincinato…
Francisco Grandmontagne
San Sebastián, julio de 1929
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